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¿Qué sucede cuando la prioridad de los medios es la ganancia? – Charla TEDxHousesOfParliament

Charla «¿Qué sucede cuando la prioridad de los medios es la ganancia?» de TEDxHousesOfParliament en español.

En esta charla reflexiva, David Puttnam hace una gran pregunta acerca de los medios de comunicación: ¿Tienen el imperativo moral de crear ciudadanos informados o son libres para perseguir fines de lucro, por cualquier medio, al igual que cualquier otro negocio? Su solución para el equilibrio de los beneficios y la responsabilidad es audaz… y es posible que no estemos de acuerdo.

(Filmado en TEDxHousesofParliament.)

  • Autor/a de la charla: David Puttnam
  • Fecha de grabación: 2013-06-20
  • Fecha de publicación: 2014-02-10
  • Duración de «¿Qué sucede cuando la prioridad de los medios es la ganancia?»: 641 segundos

 

Traducción de «¿Qué sucede cuando la prioridad de los medios es la ganancia?» en español.

Quisiera comenzar, si me permiten, con la historia del caracol Paisley.

En la tarde del 26 de agosto de 1928, May Donoghue tomó un tren de Glasgow al pueblo de Paisley, 12 km al este de la ciudad, y allí, en el Café Wellmeadow, se tomó un helado flotante escosés, una mezcla de helado y cerveza de jengibre que le compró un amigo.

La cerveza llegó en una botella marrón opaca etiquetada «D.

Stevenson, Glen Lane, Paisley».

Ella tomó un poco del helado flotante, y a medida que la cerveza restante se vertió en su vaso, un caracol descompuesto flotó en la superficie de su vaso.

Tres días después, fue internada en el Glasgow Royal Infirmary y diagnosticada con gastroenteritis severa y en choque.

El caso de Donoghue vs.

Stevenson que vino después sentó un importante precedente legal: Stevenson, el fabricante de la cerveza, fue conminado a asumir un deber de cuidado hacia May Donoghue, a pesar de que no había contrato entre ellos, y, de hecho, ni siquiera había comprado la bebida.

Uno de los jueces, Lord Atkin, lo describió de esta manera: «Uds.

tienen que cuidarse de evitar actos u omisiones que se puedan prever razonablemente como capaces de perjudicar al prójimo».

De hecho, uno se pregunta, que sin un deber de cuidado, cuántas personas habrían sufrido de gastroenteritis antes de que Stevenson finalmente cerrara el negocio.

Ahora, guarden la historia del caracol Paisley, porque es un principio importante.

El año pasado, la Sociedad Hansard, una organización benéfica no partidista que tiene por objeto fortalecer la democracia parlamentaria y fomentar una mayor participación ciudadana en la política, publicó, junto a su auditoría anual del compromiso político, una sección adicional dedicada exclusivamente a la política y los medios de comunicación.

Aquí un par de observaciones más bien deprimentes de esa encuesta.

Los tabloides no parecen promover la ciudadanía política de sus lectores, relativa, incluso, a aquellos que no leen ningún periódico.

Los que solo leen tabloides están doblemente propensos a estar de acuerdo con una mirada negativa de la política en comparación a los que no leen ningún periódico.

No están solo menos comprometidos políticamente.

Consumen los medios de comunicación que refuerzan su evaluación negativa de la política, contribuyendo así a una actitud fatalista y cínica hacia la democracia y su propio papel dentro de ella.

No es extraño que el reporte concluya que en este sentido, la prensa, especialmente los tabloides, parecen no estar a la altura de la importancia de su papel en nuestra democracia.

Dudo que alguien en esta sala desafiaría ese punto de vista.

Pero si Hansard tiene razón, y por lo general la tiene, entonces tenemos un serio problema, y es uno en el que me gustaría centrarme los siguientes 10 minutos.

Desde el caracol Paisley, y especialmente durante la última década más o menos, mucho pensamiento se ha desarrollado sobre la noción de un deber de cuidado referente a ciertos aspectos de la sociedad civil.

En general, un deber de cuidado surge cuando un individuo o un grupo de individuos ejerce una actividad con el potencial de causar daño a otro, ya sea física, mental o económicamente.

Esta se centra principalmente en las áreas obvias, tales como nuestra respuesta empática a los niños y jóvenes, a nuestro personal de servicio, y a los ancianos y enfermos.

Rara vez, o nunca, se expusieron argumentos igualmente importantes alrededor de la fragilidad de nuestro actual sistema de gobierno, a la idea de que la honestidad, la exactitud y la imparcialidad son fundamentales en el proceso de construcción y conocimiento informado, de la democracia participativa.

Y cuanto más piensan sobre ello, más extraño es.

Un par de años atrás, tuve el placer de abrir una nueva escuela en el noroeste de Inglaterra.

Fue llamada por sus pupilos Academia 360.

Mientras atravesaba su impresionante atrio cubierto de vidrio, frente a mí, grabado en la pared en letras de fuego estaba el famoso mandato de Marco Aurelio: Si no es verdad, no lo digas; si no es correcto, no lo hagas.

El director me vio mirándolo, y me dijo: «Oh, ese es el lema de nuestra escuela».

En el tren de regreso a Londres, no podía quitarlo de mi mente.

Me quedé pensando, ¿realmente nos ha tomado más de 2000 años para aceptar esa simple noción cómo nuestra expectativa mínima de uno al otro? ¿No es tiempo de que desarrollemos este concepto de un deber de cuidado y lo ampliemos para incluir una atención para nuestros compartidos, pero en peligro creciente, valores democráticos? Después de todo, la ausencia de cuidado en muchas profesiones puede llevar fácilmente a acusaciones de negligencia, y siendo ese el caso, ¿podemos estar en verdad cómodos con el pensamiento de que estamos siendo negligentes en relación con la salud de nuestras propias sociedades y los valores que necesariamente los sustentan? Alguien podría sugerir honestamente, según las pruebas, que los mismos medios que Hansard tan rotundamente condenó han tomado el cuidado suficiente para evitar comportarse de manera que se podía prever razonablemente sería probable que socavase o incluso dañase nuestro inherentemente frágil asentamiento democrático.

Ahora habrá quienes argumentarán que esto podría derivar en una forma de censura, o autocensura, pero yo no compro ese argumento.

Tiene que ser posible equilibrar la libertad de expresión con responsabilidades morales y sociales más amplias.

Permítanme explicarlo, con el ejemplo de mi propia carrera como cineasta.

A lo largo de ella, nunca he aceptado que un cineasta deba colocar su propio trabajo fuera o por encima de lo que él o ella cree que es un sistema decente de valores para su propia vida, su propia familia, y el futuro de la sociedad en que vivimos.

Iré más lejos.

Un cineasta responsable nunca debe devaluar su trabajo a que se convierta en menos cierto al mundo que ellos mismos desean habitar.

Como yo lo veo, cineastas, periodistas, incluso blogueros son todos necesarios frente a las expectativas sociales que vienen con la combinación de la potencia intrínseca de su medio con sus habilidades profesionales afinadas.

Obviamente, esto no es un deber obligatorio, pero para el cineasta dotado y el periodista responsable o incluso el bloguero, me da la impresión de ser totalmente ineludible.

Siempre debemos recordar que nuestra noción de la libertad individual y su socio, la libertad creativa, es relativamente nuevo en la historia de las ideas occidentales, y por esa razón, a menudo se subvalora y puede ser socavada muy rápidamente.

Es un premio fácil de perder, y una vez perdido, una vez entregado, puede resultar muy, muy difícil de recuperar.

Y su primera línea de defensa tiene que ser nuestros propios estándares, no los aplicados en nosotros por un censor o la legislación, nuestros propios estándares e integridad.

Nuestra integridad mientras tratamos con quienes trabajamos y nuestros estándares mientras operamos en la sociedad.

Y esos estándares nuestros tienen que ser de una sola pieza con una agenda social sostenible.

Son parte de una responsabilidad colectiva, la responsabilidad del artista o el periodista para tratar con el mundo como es, y esto, a su vez, debe ir de la mano con la responsabilidad de aquellos que gobiernan para hacer frente también a ese mundo, y no tener la tentación de apropiarse indebidamente de las causas de sus males.

Sin embargo, como se ha hecho claro en el último par de años, tal responsabilidad en un grado grande fue derogada por amplios sectores de los medios de comunicación.

Y como consecuencia, en todo Occidente, las políticas sobre-simplistas de los partidos de protesta y su atractivo se ha visto desilusionado, una viaja demografía, junto con la apatía y la obsesión por lo trivial que tipifica al menos algunos jóvenes, en conjunto, estas y otras aberraciones contemporáneas similares están amenazando con exprimir la vida a debates activos, informados participativos, y subrayo activos.

El más ardiente libertario podría argumentar que Donoghue vs.

Stevenson debían haber sido echados del tribunal y que, Stevenson habría ido a la quiebra si hubiera continuado vendiendo cerveza de jengibre con caracoles.

Pero la mayoría de nosotros, creo, aceptamos algún papel pequeño con el Estado para hacer cumplir un deber de cuidado, y la palabra clave aquí es razonable.

Los jueces deben preguntar, ¿actuaron con un cuidado razonable y podían haber previsto las consecuencias de sus acciones? Lejos de lo que significa el poder del Estado autoritario, es esa pequeña prueba de sentido común de la razonabilidad que me gustaría que apliquemos a los medios quienes, después de todos, establecen el tono y el contenido para gran parte de nuestro discurso democrático.

Para que la democracia funcione se requiere de hombres y mujeres que se toman el tiempo para entender y debatir cuestiones difíciles, a veces complejas, y lo hacen en un ambiente que se esfuerza por el tipo de comprensión que conduce a, si no un acuerdo, al menos un compromiso viable y productivo.

La política es acerca de elecciones, y dentro de ellas, la política es acerca de las prioridades.

Se trata de conciliar las preferencias conflictivas donde y cuando sea posible sobre la base de los hechos.

Pero si los mismos hechos se distorsionan, las resoluciones solo son susceptibles de crear nuevos conflictos, con todas las presiones y tensiones en la sociedad que inevitablemente siguen.

Los medios tienen que decidir: ¿Ven que su papel es inflamar o informar? Porque al final, todo se reduce a una combinación de confianza y liderazgo.

Hace 50 años esta semana, el Presidente John F.

Kennedy dio dos discursos muy significativos, el primero sobre el desarme y el segundo sobre los derechos civiles.

El primero llevó casi inmediatamente al Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares, y el segundo dio lugar a la Ley de Derechos Civiles de 1964, ambos representaron un gigante salto hacia adelante.

La democracia, bien dirigida y bien informada, puede lograr grandes cosas, pero hay una pre-condición.

Tenemos que confiar en que los que toman esas decisiones están actuando en el mejor interés, no para sí mismos, sino del conjunto del pueblo.

Necesitamos opciones basadas en hechos, claramente establecidos, no los de unos pocos poderosos y las empresas potencialmente manipuladoras persiguiendo sus propias y estrechas agendas, sino información precisa, sin prejuicios con la que hacer nuestros propios juicios.

Si queremos ofrecer, una vida plena para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, necesitamos ejercitar hasta el mayor grado posible ese deber de cuidado para una vibrante, y es de esperar una duradera, democracia.

Muchas gracias por escucharme.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/david_puttnam_does_the_media_have_a_duty_of_care/

 

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