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Reflexiones de la integrante de un jurado sobre la pena de muerte – Charla TEDWomen 2018

Charla «Reflexiones de la integrante de un jurado sobre la pena de muerte» de TEDWomen 2018 en español.

Lindy Lou Isonhood se crió en una ciudad donde la pena de muerte era parte de la realidad cotidiana, una parte silenciada de su cultura. Pero luego de integrar un jurado para juzgar a un hombre por homicidio, y de haber votado a favor de su condena con la pena de muerte, algo cambió en su fuero interno. En esta interesante e íntima charla, Isonhood reflexiona sobre la pregunta que se ha venido haciendo en los 25 años posteriores a aquel juicio: ¿soy una asesina?

  • Autor/a de la charla: Lindy Lou Isonhood
  • Fecha de grabación: 2018-11-28
  • Fecha de publicación: 2019-02-26
  • Duración de «Reflexiones de la integrante de un jurado sobre la pena de muerte»: 960 segundos

 

Traducción de «Reflexiones de la integrante de un jurado sobre la pena de muerte» en español.

Era jueves, 23 de junio de 1994.

(Suspira) «Recojan sus pertenencias.

Pueden irse.

Los agentes los acompañarán al salir.

Vayan directamente al auto y no hablen con los periodistas».

La cabeza me daba vueltas, el corazón me latía a gran velocidad y apenas podía respirar.

Solo quería salir de allí.

Al llegar al auto, arrojé mis cosas en el asiento trasero, y me desplomé en el asiento del conductor.

«No puedo hacerlo.

No puedo ir a mi casa, estar con mi familia, a quien no veo desde hace una semana y simular que estoy bien».

Ni siquiera el amor y el apoyo de mi familia podía ayudarme en ese momento en particular.

Veníamos de sentenciar a un hombre a muerte.

¿Y ahora qué?

¿Simplemente volver a casa y lavar los platos?

Ahora bien, en Misisipi la pena de muerte forma parte de una cultura de la que no se habla.

La lógica básica es que, si matas a alguien, pues entonces te darán la pena de muerte.

Así fue que, durante el proceso de selección de los jurados, me preguntaron: «Dado el caso, ante la presentación de pruebas que justifiquen la pena de muerte,

¿estaría dispuesta, de manera racional y sin reservas, a dictaminar la pena de muerte?

«.

Mi respuesta fue un rotundo «sí», y me seleccionaron jurado número 2.

El juicio comenzó.

A partir de las pruebas presentadas y de las fotografías de la víctima, mi primera reacción fue: «Sí, este hombre es un monstruo, y merece la pena de muerte».

Me pasé días observando sus manos, las mismas que entregaron el cuchillo, la enfermiza palidez de su piel, sus ojos…

En realidad, había pasado días interminables en su celda, sin luz natural, y por eso tenía los ojos tan oscuros como su cabello y su bigote.

Su presencia causaba terror, y no había el menor resquicio de duda sobre su culpabilidad.

Pero independientemente de su culpabilidad, con el transcurso de los días, empecé a ver a ese monstruo como a un ser humano.

Algo en mí estaba cambiando, y no sabía qué era.

Empezaba a cuestionarme si en verdad quería darle la pena de muerte.

Las deliberaciones del jurado dieron comienzo, y el juez nos dio las instrucciones de rigor que debían usarse como herramienta para llegar al veredicto.

Ahora bien, esa herramienta llevaba a una sola decisión: la pena de muerte.

Me sentí acorralada.

Mi cabeza se contradecía con mi corazón, y el solo pensar en la pena de muerte me repugnaba.

Aun así, en línea con las instrucciones del juez, como persona respetuosa de la ley, cedí.

Cedí y voté junto a los otros 11 jurados.

Y allí estaba: nuestro defectuoso sistema judicial en pleno funcionamiento.

Entonces, dentro del auto, me pregunté: «

¿Cómo haré para que mi vida siga siendo la misma?

«.

Mi vida eran mis hijos, el trabajo, la iglesia, los partidos de béisbol, como la vida normal de cualquiera.

Pero ahora todo me parecía banal.

Me sentía caer por un abismo.

La ira, la ansiedad, la culpa, la depresión…

Todo me asaltó de pronto.

Tenía que retomar mi vida, así que busqué ayuda en la terapia.

La terapeuta me diagnosticó estrés postraumático, y me dijo que la mejor manera de superar ese trastorno era hablando del problema.

Pero si hablaba o intentaba hablar de mi experiencia traumática fuera de su consultorio, me callaban.

Nadie quería que hablara del tema.

Era solo un asesino.

Supéralo, y ya.

Fue entonces cuando decidí convertirme en una sobreviviente silenciosa.

Doce años después, en 2006, me enteré de que Bobby Wilcher había retirado todas sus apelaciones y que la fecha de su ejecución estaba muy cerca.

Fue como un golpe en el estómago.

Reviví todas esas sensaciones que llevaba ocultas.

En un intento de encontrar algo de paz, llamé al abogado de Bobby y le dije: «

¿Puedo ver a Bobby antes de que lo ejecuten?

«.

De camino a la penitenciaría el mismo día de su ejecución, imaginaba que Bobby estaría totalmente fuera de control.

Pero, sorprendentemente, estaba muy tranquilo.

Y durante dos horas, ambos, sentados frente a frente, hablamos de la vida, y finalmente le pedí perdón por mi intervención en su muerte.

Sus palabras fueron: «No tiene por qué pedir perdón.

Ud.

no me puso en este lugar.

Lo hice yo solo.

Pero si la hace sentir mejor, la perdono».

De regreso a mi casa, me detuve en un restaurante, compré una margarita…


(Risas)
Ninguna sería lo suficientemente grande
(Risas)
como para calmarme.

Sonó el teléfono.

Era el abogado de Bobby.

Faltando dos minutos para su ejecución, le dieron una prórroga.

Esa suspensión me dio tiempo para acercarme a Bobby.

Y aunque parezca descabellado, nos hicimos amigos.

Tres meses después, fue ejecutado por el estado de Misisipi.

Estoy aquí para contarles mi historia, porque fue exactamente 22 años después cuando decidí sincerarme y hablar del tema por consejo de un amigo: «Oye, quizás debas hablarlo con los otros jurados.

Han pasado por tu misma experiencia».

Sin saber muy bien para qué, lo cierto es que necesitaba hablar con ellos.

Decidí contactarlos, y logré encontrar a la mayoría.

El primer jurado que vi pensaba que Bobby tuvo su merecido.

Otro de los jurados, en cierto modo lamentó que la sentencia se hubiera dictado con tanta demora.

Y luego otro jurado, que quién sabe qué problema tendría, no recordaba absolutamente nada del juicio.


(Risas)
A esa altura, pensé para mis adentros: «Vaya,

¿son estas las respuestas que me van a dar?

«.

Pero por suerte estaba Allen.

Allen era un alma generosa.

Y cuando hablé con él, se mostró genuinamente compungido por nuestra decisión.

Y me contó del día exacto en que la angustia lo sobrecogió y le dio un duro golpe.

Fue cuando escuchó por radio la lista de los hombres que serían ejecutados en la penitenciaría de Parchman.

Oyó el nombre de Bobby, y recién entonces tomó conciencia de lo que había hecho.

Y dijo: «En verdad, yo he participado en la muerte de ese hombre».

Y hoy, 20 y tantos años después, Allen aún sigue lidiando con ese problema.

Y no se lo ha dicho a nadie, ni siquiera a su esposa.

Me dijo también que si el estado de Misisipi quería seguir con la pena de muerte, entonces ya era hora de que empezaran a asistir a los jurados con terapia.

Luego me contacté con Jane, parte del grupo de jurados.

Actualmente, está totalmente en contra de la pena de muerte.

Y también estaba Bill.

Bill dijo que sufrió de una profunda depresión durante semanas, y cuando regresó al trabajo, sus compañeros le decían cosas como: «

¿Y?

¿Lo cocinaste en la silla eléctrica?

«.

Para ellos, no era más que una broma.

Y luego estaba Jon.

Jon admitió que aquella decisión fue un gran peso que debía cargar, y que lo aplastaba día tras día.

El último jurado con quien hablé fue Ken.

Él era el jefe de los jurados.

Cuando empezamos a hablar, no podía ocultar la profunda tristeza que le significó el tener que cumplir con su deber.

Revivió en su memoria el día en que salió del juzgado, se fue conduciendo a su casa y cuando puso la llave en la cerradura para abrir la puerta, confesó que se desplomó, literalmente.

Dijo que sabía que Bobby era culpable, pero no estaba seguro de que su decisión había sido la correcta.

Y dijo que esa idea rondaba en su mente una y otra vez.

¿Hicimos lo correcto?

¿Hicimos lo correcto?

¿Hicimos lo correcto?

(Suspira) Tantos años habían pasado, y recién entonces me di cuenta de que no era yo la única decepcionada entre los jurados.

Y pensamos en la posibilidad de compartir nuestra experiencia con potenciales jurados para darles una perspectiva de lo que deberán afrontar, y para que no sean complacientes, que estén seguros de lo que piensan, que sepan dónde están parados, que estén preparados, porque nadie querrá entrar en la corte como jurado una mañana y salir al final del juicio sintiéndose un asesino.

Mientras atravesaba este duro trance en mi vida, encontré inspiración, que me la dieron mis nietas.

Mi nieta Maddie, de 14 años, estaba redactando un trabajo sobre la pena de muerte para la escuela, y empezó a hacerme preguntas.

Y allí me di cuenta de que ella recibió la misma educación basada en la cultura del «ojo por ojo» que recibí yo…

O había recibido.

Y le expliqué mi experiencia de la siguiente manera: que yo había condenado a una persona a la pena de muerte como miembro del jurado.

Y le pregunté: «

¿Eso me transformó a mí en asesina?

«.

No pudo responderme.

Supe entonces que este tema ameritaba un debate profundo.

¿Y saben qué ocurrió?

Me invitaron a hablar, hace muy poco, en una comunidad abolicionista.

Cuando estuve allí, me dieron una camiseta que decía «Basta de ejecuciones».

Cuando regresé a mi casa, mi nieta Anna, de 16 años, me dijo: «

¿Me prestas la camiseta?

«.

Entonces miré a su padre, es decir, mi hijo, y yo sabía qué él aún tenía sus reservas con el tema de la pena de muerte.

Me dirigí a mi nieta y le dije: «

¿La usarás?

«.

Entonces ella mira a su padre y le dice: «Papá, sé lo que sientes, pero yo no creo en la pena de muerte».

Mi hijo me miró, sacudió la cabeza y dijo: «Gracias, mamá».

Y yo sabía que no era un «Gracias, mamá» genuino.


(Risas)
Supe así que la vida me enseñó algunas cosas.

Me enseñó que, si yo no hubiera formado parte de ese jurado, hoy pensaría de esa misma forma.

También me dio la confianza para poder ver a través de los ojos de mis nietas, y entender que esta generación más joven es capaz y está dispuesta a abordar estos ríspidos temas sociales.

Y gracias a mi experiencia, ahora mis nietas tienen más herramientas para valerse por sí solas y pensar por sí mismas sin tener que seguir las creencias culturales.

En definitiva, siendo de una familia conservadora y cristiana, y de un estado profundamente conservador en Estados Unidos, he venido a decirles que la pena de muerte tiene nuevos detractores.

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/lindy_lou_isonhood_a_juror_s_reflections_on_the_death_penalty/

 

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