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Charla «Robert Gupta: Entre la música y la medicina» de TEDMED 2012 en español.
Cuando Robert Gupta se vio atrapado en la decisión entre una carrera como médico o como violinista, descubrió que su lugar estaba en el medio, con un arco en su mano y el sentido de justicia social en su corazón. Su conmovedora historia es la de los marginados sociales y la del poder de la terapia musical, que puede conseguir éxitos donde la medicina convencional falla.
- Autor/a de la charla: Robert Gupta
- Fecha de grabación: 2012-04-15
- Fecha de publicación: 2012-10-02
- Duración de «Robert Gupta: Entre la música y la medicina»: 987 segundos
Traducción de «Robert Gupta: Entre la música y la medicina» en español.
(Música)
(Aplausos)
Muchísimas gracias.
(Aplausos)
Muchas gracias.
Es un privilegio y honor estar aquí.
Hace unas semanas vi un vídeo en YouTube de la congresista Gabrielle Giffords durante las primeras fases de su recuperación de horribles heridas de bala.
Una de ellas le atravesó el hemisferio izquierdo bloqueando el área de Broca, el centro del habla del cerebro.
En la sesión Gabby estaba trabajando con un logopeda esforzándose por emitir algunas de las palabras más básicas y pueden ver cómo cada vez está más hundida, hasta que finalmente rompe a llorar sin palabras en los brazos del logopeda.
Y después de un momento, su logopeuta intenta un nuevo rumbo y comienzan a cantar juntos y Gabby comienza a cantar envuelta en lágrimas y se la puede escuchar claramente articulando las palabras de la letra de una canción que describe cómo se siente y canta, en una escala descendente, canta «Deja que brille, deja que brille, deja que brille».
Y es un recordatorio muy poderoso y conmovedor de cómo la belleza de la música tiene la habilidad de hablar cuando, literalmente en este caso, faltan las palabras.
Viendo este video de Gabby Giffords recordé el trabajo del Dr.
Gottfried Schlaug, uno de los preeminentes neurocientíficos que estudian la música y el cerebro en Harvard, Schlaug es partidario de una terapia llamada terapia de entonación melódica, que se ha vuelto muy popular en la musicoterapia actual.
Schlaug descubrió que las víctimas de apoplejías afásicas, no podían formar frases de tres o cuatro palabras, pero podían cantar la letra de una canción, como «Cumpleaños feliz» o su canción favorita de los Eagles o de los Rolling Stones.
Y después de 70 horas de clases intensivas de canto, descubrió que la música era capaz de reconectar, literalmente, los cerebros de sus pacientes y crear un centro del habla homólogo en su hemisferio derecho para compensar el daño en el hemisferio izquierdo.
Cuando tenía 17 años, visité el laboratorio del Dr.
Schlaug y en una tarde me explicó algunas de las principales investigaciones en música y cerebro —cómo los músicos tenían una estructura cerebral fundamentalmente diferente a la de los no-músicos, cómo la música, y escuchar música, podía iluminar el cerebro por completo, desde nuestra corteza prefrontal hasta nuestro cerebelo, cómo la música se estaba convirtiendo en una modalidad neuropsiquiátrica para ayudar a niños con autismo, para ayudar a las personas que luchan con el estrés y la ansiedad y la depresión, cuán profundamente los pacientes de Parkinson podían estabilizar sus temblores y sus pasos al escuchar música, y cómo pacientes en la etapa tardía de la enfermedad de Alzheimer, cuya demencia había avanzado tanto que ya no podían reconocer a su familia, todavía podrían reconocer una melodía de Chopin al piano que habían aprendido cuando eran niños.
Pero mi visita a Gottfried Schlaug tenía una segunda intención: yo estaba en una encrucijada vital, tratando de elegir entre la música y la medicina.
Acababa de licenciarme y trabajaba como asistente de investigación en el laboratorio de Dennis Selkoe, estudiando la enfermedad de Parkinson en Harvard y me había enamorado de la neurociencia.
Quería ser cirujano.
Quería ser médico como Paul Farmer o Rick Hodes, este tipo de hombres intrépidos que entran en lugares como Haití o Etiopía y trabajan con pacientes de SIDA con tuberculosis multiresistentes, o con niños con cánceres deformantes.
Quería convertirme en esa especie de doctor de la Cruz Roja, ese médico sin fronteras.
Por otro lado, había tocado el violín toda mi vida.
La música para mí era más que una pasión.
Era una obsesión.
Era mi oxígeno.
Tuve la suerte de haber estudiado en la Juilliard School en Manhattan y de haber tocado en mi debut con Zubin Mehta y la Orquesta Filarmónica de Israel en Tel Aviv, y resultó que Gottfried Schlaug había estudiado como organista en el Conservatorio de Viena, pero había renunciado a su amor por la música para hacer carrera en la medicina.
Y esa tarde tuve que preguntarle «
¿Cómo fue para Ud.
tomar esa decisión?
» Y me dijo que todavía había veces en las que deseaba poder volver y tocar el órgano como solía hacer, y que para mí, la Facultad de Medicina podía esperar, pero que el violín simplemente no.
Y después de dos años de estudiar música, decidí intentar lo imposible antes de hacer el examen de acceso a la Facultad de Medicina y solicitar el acceso a la Facultad de Medicina como un buen hijo indio para convertirme en el próximo Dr.
Gupta.
(Risas)
Y decidí intentar lo imposible e hice una audición para la prestigiosa Filarmónica de Los Ángeles.
Fue mi primera audición y después de tres días de tocar detrás de una pantalla en una semana de prueba, me ofrecieron el puesto.
Y fue un sueño.
Fue un sueño fantástico tocar en una orquesta, interpretar en el icónico Walt Disney Concert Hall en una orquesta dirigida ahora por el famoso Gustavo Dudamel, pero mucho más importante para mí fue estar rodeado por músicos y mentores que se convirtieron en mi nueva familia, mi nuevo hogar musical.
Pero un año más tarde, conocí a otro músico que también había estudiado en la Juilliard, que me ayudó profundamente a encontrar mi voz y a formar mi identidad como músico.
Nathaniel Ayers era contrabajista en la Juilliard, pero sufrió una serie de episodios psicóticos a los veintipocos y le trataron con torazina en Bellevue, y se convirtió en un sintecho en las calles de Skid Row en el centro de Los Ángeles 30 años más tarde.
La historia de Nathaniel se ha convertido en un ejemplo para la prevención de la indigencia y el fomento de la salud mental en los EE.UU., como se contó en el libro y la película «El solista», pero me convertí en su amigo y profesor de violín, y le dije que siempre que él tuviese su violín, y yo tuviese el mío, tocaríamos una lección juntos.
Y las muchas veces que vi a Nathaniel en Skid Row, fui testigo de cómo la música era capaz de resucitarle de sus momentos más oscuros, de lo que parecían, para mis ojos inexpertos, los inicios de un episodio esquizofrénico.
Tocando para Nathaniel, la música tomó un significado más profundo, porque ahora se trataba de comunicarse, una comunicación donde las palabras fallaban, una comunicación de un mensaje que iba más allá de palabras que recibió la psique de Nathaniel a un nivel fundamental, pero que era una auténtica oferta musical mía.
Me di cuenta de lo indignado que estaba porque alguien como Nathaniel pudiese haber sido alguna vez un indigente en Skid Row debido a su enfermedad mental mientras
¿cuántas decenas de miles de personas que estaban ahí en Skid Row solas, con historias tan trágicas como la suya, pero que nunca iban a tener un libro o una película sobre cómo salieron de las calles?
Y en el centro de mi crisis, sentí que la vida de músico que había elegido, de alguna manera, tal vez posiblemente en un sentido muy ingenuo, sentí que Skid Row realmente necesitaba a alguien como Paul Farmer y no otro músico clásico tocando en Bunker Hill.
Pero al final, fue Nathaniel quien me mostró que si yo tenía una verdadera pasión por el cambio, si quería marcar la diferencia, ya tenía el instrumento perfecto para hacerlo, que la música era el puente que unía mi mundo y el suyo.
Hay una hermosa cita del compositor romántico alemán Robert Schumann, que dijo: «Enviar luz a la oscuridad de los corazones de los hombres, ese es el deber del artista».
Y es una cita particularmente conmovedora porque Schumann era esquizofrénico y murió en un psiquiátrico.
E inspirado por lo que aprendí de Nathaniel, fundé una organización de músicos en Skid Row llamada Street Symphony, para llevar la luz de la música a los lugares más oscuros, interpretando para los desamparados y enfermos mentales en refugios y clínicas en Skid Row, para los veteranos de guerra con trastorno por estrés postraumático y para los presos y aquellos etiquetados como criminales dementes.
Después de uno de nuestros eventos en el Hospital Estatal de Patton en San Bernardino, una mujer se nos acercó, con la cara llena de lágrimas, tenía una parálisis, temblores y una hermosa sonrisa, y nos dijo que nunca antes había escuchado música clásica, que no pensaba que le fuese a gustar, que nunca antes había escuchado un violín, pero que escuchar esta música era como escuchar rayos del sol, que nadie iba nunca a visitarlos, y que era la primera vez en seis años, mientras nos escuchaba tocar, que había dejado de temblar sin medicación.
De repente, justo lo que buscábamos con esos conciertos, más allá del escenario, los focos, las colas de frac, los músicos se habían convertido en el camino para la entrega de los enormes beneficios terapéuticos de la música en el cerebro a un público que nunca tendría acceso a esta sala, ni nunca tendría acceso al tipo de música que hacemos.
Así como la medicina sirve para curar más que los componentes básicos del cuerpo por sí solos, el poder y la belleza de la música trasciende la nota «mi» en el centro de nuestro querido acrónimo.
La música trasciende la belleza estética por sí sola.
La sincronización de las emociones que experimentamos cuando escuchamos una ópera de Wagner, o una sinfonía de Brahms, o la música de cámara de Beethoven, nos obliga a recordar nuestra humanidad compartida, la conciencia conectada profundamente comunal, la conciencia empática que el neuropsiquiatra Iain McGilchrist dice está fuertemente cableada en el hemisferio derecho del cerebro.
Y para aquellos que viven en las condiciones más inhumanas de la enfermedad mental en la indigencia y el encarcelamiento, la música y la belleza de la música les ofrece una oportunidad para trascender del mundo que les rodea, para recordar que aún tienen la capacidad de experimentar algo hermoso y que la humanidad no se ha olvidado de ellos.
Y la chispa de esa belleza, la chispa de esa humanidad se transforma en esperanza, y sabemos, si elegimos el camino de la música o de la medicina, que eso es lo primero que debemos inculcar dentro de nuestras comunidades, dentro de nuestro público, si queremos inspirar una curación desde dentro.
Me gustaría terminar con una cita de John Keats, el poeta romántico inglés, una cita muy famosa que estoy seguro de que todos conocen.
Keats también abandonó una carrera en la medicina para perseguir la poesía, pero murió cuando era un año mayor que yo.
Y Keats dijo: «la belleza es la verdad, la verdad es belleza.
Eso es todo lo que sabes, y todo lo que necesitas saber».
(Música)
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/robert_gupta_between_music_and_medicine/