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Shane Koyczan: «Al día de hoy»… por el abuso y la belleza – Charla TED2013

Charla «Shane Koyczan: «Al día de hoy»… por el abuso y la belleza» de TED2013 en español.

Al volverla divertida e inolvidable, el poeta Shane Koyczan nos pone al día de lo que es ser joven y… diferente. «Al día de hoy,» su representación poética sobre el abuso, cautivó a millones como un vídeo viral (creado, al estilo de ‘crowd-source’, por 80 animadores). Aquí, le da un retorno glorioso y vivo con acompañamiento de violín de trasfondo por Hannah Epperson.

  • Autor/a de la charla: Shane Koyczan
  • Fecha de grabación: 2013-02-28
  • Fecha de publicación: 2013-03-08
  • Duración de «Shane Koyczan: «Al día de hoy»… por el abuso y la belleza»: 723 segundos

 

Traducción de «Shane Koyczan: «Al día de hoy»… por el abuso y la belleza» en español.

Hay tantos de Uds.

Cuando era niño, escondía mi corazón en la cama porque mi mamá decía, «Si no eres cuidadoso, un día, alguien te lo romperá».

Te lo digo yo.

La cama no es un buen escondite.

Lo sé porque he sido derribado tantas veces que me da vértigo solo por pararme aquí.

Pero eso es lo que nos dijeron.

Defiéndete solo.

Y es duro hacerlo si no sabes quién eres.

Esperamos definirnos a una edad temprana, y si no lo hicimos, otros lo hicieron por nosotros.

Friki.

Gordo.

Puto.

Marica.

Y a la vez que nos estaban diciendo lo que éramos, nos preguntaban: «

¿Qué quieres ser cuando grande?

» Siempre pensé que era una pregunta improcedente.

Supone que no podemos ser lo que ya somos.

Somos niños.

Cuando era niño, quería ser hombre.

Quería un plan de pensión, que me mantuviera suficientemente bien como para hacer dulce la vejez.

Cuando era niño, quería afeitarme.

Ahora, no tanto.

Cuando tenía 8, quería ser biólogo marino.

Cuando tenía 9, vi la película «Tiburón», y pensé, «No, gracias».

Y cuando tenía 10, me dijeron que mis padres me abandonaron porque no me querían.

Cuando tenía 11, quería que me dejaran solo.

Cuando tenía 12 años, quería morir.

Cuando tenía 13, quería matar a un chico.

Cuando tenía 14 años, me pidieron que considerara seriamente una carrera.

Dije, «Me gustaría ser escritor».

Y me dijeron: «Elige algo realista».

Entonces dije, «Luchador profesional».

Y me dijeron: «No seas estúpido».

Vean, me preguntaron qué quería ser, y entonces me dijeron qué no ser.

Y yo no era el único.

Se nos dice que de alguna manera debemos ser lo que no somos, sacrificar lo que somos para heredar la mascarada de lo que seremos.

Me dijeron que aceptara la identidad que otros me darían.

Y me preguntaba,

¿qué hace mis sueños tan fáciles de descalificar?

Concedido, mis sueños son tímidos, porque son canadienses.


(Risas)
Mis sueños son autoconscientes y excesivamente cabizbajos.

Están a solas en el baile de la secundaria, y nunca han sido besados.

Vean, mis sueños fueron calificados también.

Bobo.

Tonto.

Imposible.

Pero yo seguí soñando.

Iba a ser un luchador.

Lo tenía todo dilucidado.

Iba a ser El Hombre Basura.

Mi último movimiento iba a ser El Compactador de Basura.

Mi dicho iba a ser, «¡Estoy sacando la basura!»
(Risas)

(Aplausos)
Y entonces este tipo, Duke «Contenedor» Droese, robó todo mi número.

Estaba aplastado, como por un compactador de basura.

Pensé, «

¿y ahora qué?

¿Qué hago?

¿A qué acudo?

» Poesía.

Como un búmeran, lo que adoraba regresó a mí.

Una de las primeras líneas de poesía que recuerdo haber escrito fue en respuesta a un mundo que me exigía odiarme.

De los 15 a los 18 años, me odié por convertirme en lo que detestaba: un matón.

Cuando tenía 19, escribí, «Me amaré a pesar de mi dócil inclinación a lo contrario».

Defenderse solo no implica adoptar la violencia.

Cuando era niño, negociaba tareas escolares por amistad, luego les daba un pase por no llegar nunca a tiempo y en la mayoría de las veces ni eso.

Me di un permiso para afrontar cada promesa rota.

Y recuerdo ese plan, nacido de la frustración de un niño a quien llamaban «Yogi», y luego señalaban mi barriga y decían: «Demasiadas cestas de picnic».

Resulta que no es tan difícil engañar a alguien, y un día antes de la clase, dije: «Sí, puedes copiar mi tarea», y le di todas las respuestas erradas que había anotado la noche anterior.

Entregó su hoja esperando un puntaje casi perfecto, y no podía creer cuando me miró a través del salón y sostenía un cero.

Yo sabía que no tenía que mostrar mi hoja de 28 sobre 30, pero mi satisfacción fue completa cuando él me miró, desconcertado, y pensé, «Más inteligente que el oso promedio, hijo de puta».


(Risas)

(Aplausos)
Este soy yo Así es como me defiendo.

Cuando era niño, solía pensar que las chuletas de cerdo y las chuletas de karate eran lo mismo.

Pensaba que las dos eran chuletas de cerdo.

Y como mi abuela pensaba que era lindo, y como eran mis favoritos, me dejó seguir haciéndolo.

No es una gran cosa.

Un día, antes de que me comprendiera que los niños gordos no están hechos para trepar, me caí de un árbol y me magullé el lado derecho de mi cuerpo.

Temí contarle a mi abuela que me había metido en problemas por jugar donde no debía.

Unos días más tarde, el profesor de gimnasia notó el hematoma, y me envió a la oficina del Director.

De ahí, a otra habitación pequeña con una señora muy agradable que me hizo todo tipo de preguntas sobre mi vida en casa.

No vi ninguna razón para mentir.

Hasta donde me concernía, la vida era bastante buena.

le dije, cuando estoy triste, mi abuela me da chuletas de karate,
(Risas)
Esto llevó a una investigación profunda, y me sacaron de la casa por tres días, hasta que finalmente decidieron preguntarme cómo me había hecho los moretones.

Noticias de esta pequeña historia tonta se extendieron rápidamente por la escuela, y gané mi primer apodo: Chuleta de cerdo Al día de hoy, odio las chuletas de cerdo.

No soy el único niño que creció así, rodeado de gente que decía esa rima de los palos y las piedras, como si los huesos rotos dolieran más que los nombres con que nos llamaban, y nos decían de todo.

Así, crecimos creyendo que nadie se enamoraría de nosotros, que estaríamos solos por siempre, que nunca conoceríamos a alguien que nos hiciera sentir que el sol era algo hecho para nosotros en su taller.

Cuerdas rotas del corazón sangraron nostalgia y tratamos de vaciarnos para no sentir nada.

No me digan que duele menos que un hueso roto, que una vida encarnada es algo que los cirujanos pueden quitar, que no hay forma de que haga metástasis; lo hace.

Ella tenía 8 años.

Nuestro primer día en tercero la llamaron fea.

Ambos nos pasamos para atrás del salón.

y así paramos el bombardeo de bolas de papel.

Pero los pasillos de la escuela eran un campo de batalla.

Nos vimos superados día tras miserable día.

Solíamos no salir a los recreos, porque afuera era peor.

Afuera, había que ensayar a correr, o aprender a permanecer quietos como estatuas, para no dar ninguna pista de que estábamos allí.

En quinto grado, grabaron un cartel al frente de su escritorio que decía: «Cuidado con el perro».

Al día de hoy, a pesar de un esposo amoroso, no cree que sea hermosa debido a una marca de nacimiento que cubre un poco menos de la mitad de su rostro.

Los niños solían decir, «Parece como una respuesta incorrecta que alguien intentó borrar, pero que no pudo hacerlo».

Y nunca entenderán que ella está criando a dos niños cuya definición de belleza comienza con la palabra «Mamá», porque ven su corazón antes que su piel, porque ella siempre ha sido increíble.

Él, era una rama rota injertada en un árbol familiar diferente, adoptado, no porque sus padres optaron por un destino diferente.

Tenía 3 cuando se convirtió en una mezcla de una parte de abandono y dos de tragedia.

Inició terapia en octavo grado, tenía una personalidad formada por exámenes y pastillas, su vida era cuesta arriba montañas, cuesta abajo, acantilados, cuatro quintos suicida, una pleamar de antidepresivos, y una adolescencia en que lo llamaban «Drogo» una parte por las pastillas, 99 partes por crueldad.

Intentó suicidarse en 10° grado cuando un niño que aún podía ir a casa de mamá y papá tuvo la osadía de decirle, «Supéralo».

Como si la depresión fuera algo que se pudiera remediar con algo sacado de un kit de primeros auxilios.

A hoy, es un taco de dinamita encendido en ambos extremos, podría describirles con detalle la forma en que el cielo se curva en el momento anterior a su caída, y a pesar de un ejército de amigos que lo llaman una inspiración, sigue siendo una pieza de conversación entre personas que no pueden entender que a veces estar libre de drogas tiene menos que ver con adicción y más con cordura.

No fuimos los únicos niños que crecimos así.

Al día de hoy, los niños todavía reciben apodos.

Los clásicos eran, «Hola estúpido», «Hola imbécil».

Parece que cada escuela cuenta con un arsenal de apodos que logra poner al día cada año, y si un niño irrumpe en una escuela y nadie alrededor decide escuchar,

¿acaso se inmutan?

Son solo ruido de fondo de una banda sonora atascada que repite cuando la gente dice cosas como: «Los niños pueden ser crueles».

Todas las escuelas eran una carpa de circo, y la jerarquía iba de acróbatas a domadores de león, de payasos a feriantes, todas estas leguas por delante a las que iríamos.

Fuimos raros, niños garra de langosta y señoras barbudas, extraños malabares de depresión y soledad, jugadores solitarios, girando la botella, tratando de besar las partes heridas de nosotros mismos y sanar, pero por la noche, mientras los demás dormían, seguíamos caminando por la cuerda floja.

Era práctica, y sí, algunos de nosotros caímos.

Pero quiero decirles que todo esto son solo escombros que quedan cuando por fin decidimos romper todas las cosas que pensamos solíamos ser, y si no ves algo hermoso en ti, busca un mejor espejo, mira un poco más cerca, mira un poco más, porque hay algo dentro de ti que te hizo seguir intentándolo a pesar de todos los que dijeron que abandonaras.

Creaste una armadura alrededor de tu corazón roto y lo firmaste.

Firmaste, «Están equivocados».

Porque tal vez no perteneces a un grupo o a una pandilla.

Tal vez fuiste el último que decidieron escoger para baloncesto o para todo.

Tal vez solías traer moretones y dientes rotos, para presentar en clase, pero nunca lo dijiste, porque

¿cómo puedes mantenerte firme cuando todos a tu alrededor quieren enterrarte?

Tienes que creer que estaban equivocados.

Tienen que estar equivocados.

¿Cómo más podríamos aún estar aquí?

Crecimos aprendiendo a animar a los desvalidos porque nos vemos en ellos.

Somos tallo de una raíz sembrada en la creencia de que no somos lo que nos apodaron.

No somos autos abandonados varados y atorados en alguna carretera, y si de alguna manera lo estamos, no se preocupen, solo salimos a caminar por gasolina.

Somos graduados de la clase de «Lo logramos, no los ecos desvanecidos de voces clamando, «Los apodos nunca me hieren».

Claro que lo hicieron.

Pero nuestras vidas siempre continúan siendo un acto de equilibrio que tiene menos que ver con dolor y más que ver con la belleza.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/shane_koyczan_to_this_day_for_the_bullied_and_beautiful/

 

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