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Charla «Si una historia te conmueve, haz algo» de TEDWomen 2016 en español.
Las historias son necesarias, pero no son tan mágicas como parecen, dice la escritora Sisonke Msimang. En esta charla divertida y reflexiva, Msimang nos hace pensar en el énfasis que le damos a la narrativa y destaca el declive de los datos. En una época crítica en la que el oír se confunde con el actuar, Msimang nos pide que apaguemos los teléfonos, que nos alejemos de las pantallas y que salgamos al mundo real a crear un plan de justicia.
- Autor/a de la charla: Sisonke Msimang
- Fecha de grabación: 2016-10-27
- Fecha de publicación: 2017-01-13
- Duración de «Si una historia te conmueve, haz algo»: 766 segundos
Traducción de «Si una historia te conmueve, haz algo» en español.
A principios de este año, me informaron que daría una charla TED.
Me emocioné, entré en pánico, luego me emocioné, luego entré en pánico, y entre la emoción y el pánico, empecé a investigar, investigar en mi caso consistió en googlear cómo dar una charla TED.
(Risas)
Y entremezclado con eso, googleaba Chimamanda Ngozi Adichie.
¿Cuántos de Uds.
saben quién es?
(Ovación) La busqué en Google porque siempre lo hago, porque soy su fan, pero también porque ella siempre dice cosas importantes e interesantes.
Y la combinación de esas búsquedas siguió llevándome a su charla sobre los peligros de una sola historia, sobre lo que sucede cuando tenemos una lente solitaria a través de la cual entender ciertos grupos de personas, y es la charla perfecta.
Es la charla que habría dado de haber sido famosa.
(Risas)
Tú sabes, y tú sabes, ella es africana, yo soy africana, ella es feminista, yo soy feminista, ella es narradora, yo soy narradora, así que sentí que era mi charla.
(Risas)
Decidí aprender a programar, para después hackear Internet dar de baja todas las copias de esa charla que existieran, y después memorizarla, para venir aquí y dar la charla como si fuera mía.
Ese plan iba muy bien salvo la parte de programar, y luego una mañana hace unos meses, desperté con la noticia de que la esposa de un candidato a la presidencia dio una charla que…
(Risas)
(Aplausos)
sonaba extrañamente como una charla de una de mis otras favoritas, Michelle Obama.
(Ovación) Por eso decidí escribir mi propia charla TED, y es lo que estoy haciendo aquí.
Estoy aquí para contarles mis propias observaciones sobre la narración.
Quiero contarles sobre el poder de las historias, por supuesto, pero también quiero hablar de sus limitaciones, sobre todo para quienes nos interesa la justicia social.
Desde que Adichie habló hace siete años, ha habido un auge en la narración de cuentos.
Las historias están por todas partes, y si hay peligro en la narración de un viejo relato vetusto, creo que hay mucho para celebrar en el florecimiento de tantas historias y tantas voces.
Las historias son el antídoto contra los sesgos.
De hecho, hoy, si eres de clase media y te conectas a Internet, puedes bajar historias con solo tocar un botón o deslizar una pantalla.
Uno puede escuchar un podcast sobre cómo es crecer como paria en Calcuta.
Puede escuchar a un hombre aborigen de Australia hablar de los juicios y triunfos de criar a sus hijos en dignidad y orgullo.
Las historias nos enamoran.
Curan las heridas y unen las fisuras.
Las historias incluso nos facilitan hablar de las muertes de las personas de nuestra sociedad que no importan, porque hacen que nos importe.
¿Correcto?
No estoy tan segura, y trabajo para un lugar llamado Centro de Historias.
Y ayudo a contar historias que desafían las narrativas principales sobre lo que significa ser negro o musulmán o refugiado o cualquiera de las otras categorías de las que hablamos todo el tiempo.
Pero llego a este trabajo tras una larga historia como activista de justicia social, y por eso me interesan las formas en que habla la gente sobre la narrativa de no ficción como si fuera más que entretenimiento, como si fuera un catalizador de acción social.
No es raro oír decir que las historias hacen del mundo un lugar mejor.
Cada vez más, sin embargo, me preocupa que hasta las historias más conmovedoras, sobre todo las historias de gente por la que nadie parece preocuparse, a menudo pueden interponerse en la acción por la justicia social.
Pero esto no se debe a que los narradores hagan daño.
Mas bien lo contrario.
Los narradores a menudo hacen el bien, como yo y, sospecho, Uds.
Y las audiencias de los narradores con frecuencia sienten mucha compasión y empatía.
Sin embargo, las buenas intenciones pueden tener consecuencias no deseadas, por eso quiero plantear que las historias no son tan mágicas como parecen.
Tengo tres – porque siempre debe haber tres – tres razones por las que pienso que las historias no necesariamente hacen del mundo un lugar mejor.
Primero, las historias pueden crear una ilusión de solidaridad.
No hay nada como ese factor que hace sentir bien al escuchar una historia estupenda en la que uno siente que escaló esa montaña,
¿sí?
, o que entabló amistad con un prisionero en el corredor de la muerte.
Pero uno no lo hizo.
No ha hecho nada.
Escuchar es un paso importante pero insuficiente hacia la acción social.
Segundo, creo que a menudo nos atraen los personajes y protagonistas simpáticos y humanos.
Esto tiene sentido, por supuesto,
¿no?
Porque si les gusta alguien, se preocupan por ellos.
Pero lo inverso también es cierto.
Si no les gusta alguien, no se preocupan por ellos.
Y si no se preocupan por ellos, no sienten una obligación moral de pensar en las circunstancias que moldearon sus vidas.
Aprendí esta lección a los 14 años.
Aprendí que, en realidad, no tiene que gustarnos alguien para reconocer su sabiduría, y, ciertamente, no tiene que gustarnos alguien para ponernos de su lado.
Me robaron la bicicleta mientras estaba en ella…
(Risas)
algo posible si uno anda muy lentamente, que era mi caso.
(Risas)
En un momento estoy atravesando este campo en el barrio de Nairobi donde crecí, en un camino muy accidentado, montaba una bici, no quiero, ya saben,
(Risas)
voy así, pedaleando despacio, y de repente, estoy en el suelo.
Estoy en el suelo, y miro hacia arriba, y veo a este niño que parte pedaleando en mi bicicleta, él tiene unos 11 o 12 años, y yo estoy en el suelo, lloro porque ahorré mucho dinero para esa bici, estoy llorando y me levanto y empiezo a gritar.
Surge el instinto, y me pongo a gritar: «¡Mwizi, mwizi!» que significa «ladrón» en swahili.
Y, de la nada, aparece toda esta gente que empieza a perseguirlo.
Esto es África, justicia masiva en acción.
¿Cierto?
(Risas)
Doblo la esquina, y lo han capturado, lo han capturado.
El sospechoso ha sido detenido, le hacen devolverme la bici, y que me pida disculpas.
Una vez más, ya saben, típica justicia africana,
¿sí?
Le hacen decir que lo siente.
Nos quedamos allí frente a frente, él me mira, y dice que lo siente, pero me mira con furia desenfrenada.
Está muy, muy enojado.
Y es la primera vez que confronté con alguien a quien no le gusto simplemente por lo que represento.
Él me mira como diciendo: «Tú, con tu piel brillante y tu bici,
¿estás enojada conmigo?
» No gustarle fue una dura lección, pero saben qué, él tenía razón.
Yo era una niña de clase media que vivía en un país pobre.
Tenía una bici, y él apenas comía.
A veces, son los mensajes que no queremos escuchar los que nos hacen querer salirnos de nosotros mismos, los que tenemos que oír más.
Por cada adorable narrador que roba tu corazón, hay cientos más, cuyas voces son arrastradas y rasgadas, que no suben a un escenario vestidos con ropa fina como esta.
Hay un millón de historias de chicos de la bici enojados y no podemos permitirnos ignorarlos simplemente porque no nos gustan sus protagonistas o porque ese no es el chico que llevaríamos a casa con nosotros desde el orfanato.
La tercera razón por la que pienso que las historias no necesariamente hacen del mundo un lugar mejor es que muy a menudo nos sumergimos tanto en la narrativa personal que olvidamos ver el panorama general.
Y aplaudimos a alguien que nos cuenta sus sentimientos de vergüenza, pero no vinculamos eso necesariamente a la opresión.
Asentimos cuando alguien dice que se sentía pequeño, pero no lo vinculamos a la discriminación.
Las historias más importantes, sobre todo en la justicia social, son las que incluyen ambas cosas, son personales y nos permiten explorar y entender lo político.
Pero no es una cuestión solo de las historias que nos gustan versus las historias que elegimos ignorar.
Cada vez más, vivimos en una sociedad donde hay fuerzas más grandes en juego, donde las historias para mucha gente empiezan a reemplazar a las noticias.
¿Sí?
Somos testigos de una época del declive de los hechos, en la que gobiernan las emociones y el análisis es aburrido,
¿cierto?
En la que valoramos más lo que sentimos que lo que en realidad sabemos.
Un informe reciente del Centro Pew sobre las tendencias en EE.UU.
indica que solo el 10 % de los adultos jóvenes menores de 30 años «confía mucho en los medios».
Es significativo.
Significa que los narradores están ganando confianza precisamente en el mismo momento en que muchos en los medios pierden la confianza del público.
Esto no es bueno, porque si bien las historias son importantes y nos ayudan a formar ideas de muchas maneras, necesitamos a los medios.
De mis años como activista de justicia social, sé muy bien que necesitamos los hechos creíbles de los medios combinado con las poderosas voces de los narradores.
Eso mueve la aguja hacia adelante en términos de justicia social.
En el análisis final, por supuesto, es la justicia la que hace del mundo un lugar mejor, no las historias,
¿sí?
Y si perseguimos la justicia, pienso que no debemos centrarnos en los medios ni en los narradores.
Debemos centrarnos en las audiencias, en cualquiera que haya encendido una radio o escuchado un podcast, es decir, todos nosotros.
Para finalizar, unas palabras sobre lo que puede hacer la audiencia para que el mundo sea un lugar mejor.
Primero, el mundo sería un lugar mejor, pienso, si las audiencias fueran más curiosas y más escépticas y se preguntaran más sobre el contexto social que creó esas historias que aman tanto.
Segundo, el mundo sería un lugar mejor si las audiencias reconocieran que la narración es un trabajo intelectual.
Y creo que sería importante que las audiencias demanden más botones en sus sitios web favoritos; botones que digan por ejemplo: «Si le gustó esta historia, haga clic para apoyar esta causa en la que cree su narrador».
O «haga clic aquí para contribuir a la próxima gran idea de su narrador».
A menudo, nos comprometemos con las plataformas, pero no necesariamente con los narradores en sí.
Y, por último, creo que las audiencias pueden hacer del mundo un lugar mejor apagando sus teléfonos, alejándose de sus pantallas y saliendo al mundo real, más allá de la zona donde se sienten seguras.
Alice Walker ha dicho: «Observa con atención el presente que construyes.
Debería ser como el futuro que estás soñando».
Los narradores pueden ayudarnos a soñar, pero depende de todos nosotros tener un plan de justicia.
Gracias.
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/sisonke_msimang_if_a_story_moves_you_act_on_it/