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Charla «Thomas P. Campbell: Tejiendo relatos en las galerías de los museos» de TED2012 en español.
Como director del Museo Metropolitano de Arte en Nueva York, Thomas P. Campbell hace una reflexión acerca de su actividad como curador – no se trata sólo de elegir objetos de arte, sino de exponerlos en un entorno en donde el público pueda conocer sus historias. Con imágenes cautivadoras, Thomas nos comparte su filosofía como curador, ya sea que se trate de una exposición de tapices medievales, o de la impresionante moda/arte de Alexander McQueen. (De la sesión «The Design Studio» en TED2012, curador invitado por Chee Pearlman y David Rockwell.)
- Autor/a de la charla: Thomas P. Campbell
- Fecha de grabación: 2012-03-01
- Fecha de publicación: 2012-10-05
- Duración de «Thomas P. Campbell: Tejiendo relatos en las galerías de los museos»: 996 segundos
Traducción de «Thomas P. Campbell: Tejiendo relatos en las galerías de los museos» en español.
Cuando estaba considerando adentrarme en el mundo del arte, tomé un curso en Londres.
Uno de mis supervisores era un italiano cascarrabias llamado Pietro, quien bebía demasiado, fumaba demasiado y también maldecía demasiado.
Pero era un maestro apasionado, y recuerdo una de nuestras primeras clases con él, estaba proyectando imágenes en la pared, pidiéndonos que pensáramos en ellas.
Entonces nos presentó una pintura.
Se trataba de un paisaje con personajes, apenas vestidos, tomando vino.
Había una mujer desnuda en primer plano, abajo, y en la ladera de atrás, había una figura del mitológico dios Baco, y dijo, «
¿Qué es esto?
» Y yo — nadie más levantó la mano así que lo hice yo, y dije: «Es La Bacanal, obra de Tiziano.» Y dijo, «
¿Es un qué?
» Yo pensé que lo había pronunciado mal.
«Es La Bacanal, obra de Tiziano.» Dijo, «
¿Es un qué?
» Yo dije, «Es La Bacanal de Tiziano.»
(Risas)
Dijo, «¡Ratón de biblioteca! ¡Es una puta orgía!»
(Risas)
Como les dije, maldecía demasiado.
Aprendí una lección muy importante con esto.
Pietro desconfiaba de la educación artística formal de la educación de la historia del arte, porque temía que atiborrara a la gente con jerga, y después simplemente se dedicaran a clasificar cosas en lugar de observarlas, y quería recordarnos que todo arte había sido contemporáneo alguna vez.
y quería que usáramos los ojos, y era especialmente evangélico en cuanto a este mensaje, porque él estaba perdiendo la vista.
Quería que miráramos e hiciéramos preguntas básicas sobre los objetos.
¿Qué es?
¿Cómo está hecho?
¿Por qué se hizo?
¿Cómo se utiliza?
Y estas fueron lecciones importantes para mí cuando después me convertí en un profesional de la historia del arte.
Mi momento de iluminación llegó algunos años después, cuando estaba estudiando el arte de las cortes del Europa del norte.
Por supuesto, la discusión se centraba en las pinturas, las esculturas y la arquitectura de la época.
Pero conforme empecé a leer documentos históricos y descripciones contemporáneas, descubrí que había una especie de componente que faltaba, pues en todas partes me encontraba con descripciones de tapices.
Los tapices eran omnipresentes entre la Edad Media, incluso hasta bien entrado el Siglo XVIII; y era bastante obvio por qué.
Los tapices eran portátiles.
Se pueden enrollar, enviar por adelantado, y conforme se iban colgando, se podía transformar un frío y húmedo interior en un ambiente vivo, colorido.
Los tapices representaban un amplio lienzo en el que los señores de la época podían representar a los héroes con los que querían que se les asociara, o incluso a ellos mismos, y además de eso, los tapices eran carísimos.
Se requerían decenas de tejedores altamente calificados trabajando por largos períodos de tiempo con materiales muy caros — las lanas, las sedas, incluso hilos de oro y plata.
Así que, en términos generales, en una etapa en que la imagen visual de cualquier tipo era rara, la tapicería era una increíble y poderosa forma de propaganda.
Así que me convertí en historiador de tapicería.
Tiempo después, me convertí en curador del Museo Metropolitano, porque vi en «El Met» uno de los pocos lugares donde podría organizar exhibiciones realmente grandes sobre el tema que tanto me apasionaba.
Y cerca de 1997, el entonces director Phillippe de Montebello me dio luz verde para organizar una exhibición para el 2002.
Generalmente, contamos con bastante tiempo de anticipación.
No fue sencillo.
Ya no era cuestión de poner un tapiz en la parte trasera de un auto.
Hay que enrollarlos en enormes carretes, y embarcarlos en transportes de gran tamaño.
Algunos son tan grandes que tuvimos, para meterlos al museo, que subirlos por las grandes escaleras del frente.
Tuvimos que pensar mucho sobre cómo presentar este tema tan desconocido a una audiencia moderna: usar los colores oscuros para resaltar los colores que quedaban en objetos que estaban a menudo desteñidos; la distribución de luces para resaltar la seda y el hilo de oro; el etiquetado.
Saben, vivimos en una época en la que estamos tan acostumbrados a las imágenes de televisión y a las fotografías, a imágenes efímeras.
Estos eran objetos grandes, complejos, casi como dibujos animados con múltiples narrativas.
Teníamos que atraer a nuestro público, lograr que se tomaran su tiempo, para explorar los objetos.
Había mucho escepticismo.
En la noche inaugural, escuché a uno de los ejecutivos del personal decir: «Esto va a ser una bomba.» Pero en realidad, en el transcurso de las semanas y meses siguientes, cientos de miles de personas vinieron a ver el espectáculo.
La exhibición estaba diseñada para ser una experiencia, la tapicería es difícil de reproducir en fotografías.
Así que quiero que usen la imaginación, pensando en estos objetos del alto de una pared, algunos de hasta 10 metros de ancho, representando fastuosas escenas de cortesanos y hombres elegantes que lucirían bastante bien en las páginas de la prensa de moda actual, espesos bosques con cazadores arrasando la maleza para perseguir ciervos y jabalíes salvajes, violentas batallas con escenas de miedo y heroísmo.
Recuerdo haber recibido al grupo escolar de mi hijo de 8 años y todos los pequeños, eran como — ya saben, eran niños pequeños, y lo que les llamó la atención fue que en una de las escenas de cacería había un perro haciendo caca en primer plano,
(Risas)
una especie de chiste descarado del artista.
Y ya podrán imaginárselos.
Le dio vida a lo que observaban.
Creo que de repente vieron que éstos no eran sólo viejos tapices desteñidos.
Estas eran imágenes del mundo en el pasado, y era lo mismo para nuestro público.
Como curador, me sentí orgulloso.
Sentí que había cambiado un poco el paradigma.
A través de esta experiencia que sólo podía haber sido creada en un museo, había abierto los ojos de mi público — historiadores, artistas, prensa, el público en general — a la belleza de este medio perdido.
Unos años después, fui invitado a ser el director del museo, y después de haber pasado por todo eso — «
¿Quién, yo?
¿El loco de los tapices?
¡Ni siquiera uso corbata!»— Sucede que creo apasionadamente en el impacto que el curador puede tener en el visitante del museo.
Vivimos en una era desbordada en información, con habilidades del tipo «sólo agregue agua», pero no hay nada que se compare con la presentación de objetos significativos narrados en una forma apropiada, lo que hacen los curadores, la interpretación de objetos esotéricos complejos, de tal forma que se conserva la integridad del sujeto, lo que lo lleva — lo desempaca — para el público en general.
Y es ahi donde yace el reto y la diversión de mi trabajo, apoyar la visión de mis curadores, ya sea que se trate de una exhibición de espadas Samurai, antiguos artefactos Bizantinos, retratos Renacentistas, o del espectáculo que mencionamos anteriormente, el espectáculo McQueen, con el que gozamos de tanto éxito el verano pasado.
Ese fue un caso interesante.
A principios del verano de 2010, poco después de que McQueen se suicidara, nuestro curador de vestuario, Andrew Bolton, me dijo: «He estado pensando hacer un espectáculo sobre McQueen, y éste es el momento.
Tenemos que hacerlo, tenemos que hacerlo ya.» No fue sencillo.
McQueen había trabajado durante toda su carrera con un equipo pequeño de diseñadores y directivos que eran muy celosos de su legado, pero Andrew fue a Londres y trabajó con ellos durante el verano y se ganó la confianza de los diseñadores que crearon sus maravillosos espectáculos de moda, los cuales eran una obra de arte en sí mismos, y nos abocamos a hacer preparar en el museo algo que nunca antes habíamos hecho.
No se trataba de una instalación común y corriente.
De hecho, desmontamos las galerías para recrear completamente los distintos escenarios, una recreación de su primer estudio, un salón de espejos, un viejo baúl, un barco hundido, un interior quemado, con videos y música que iban desde arias de ópera hasta cerdos fornicando.
Y en este extraordinario escenario, los vestuarios eran como actores y actríces, o esculturas vivientes.
Pudo haberse tratado de un accidente de tren.
Pudo asemejarse a los escaparates en la Quinta Avenida en Navidad, pero gracias a la forma en que Andrew se conectó con el equipo de McQueen, él estaba canalizando la crudeza y el esplendor de McQueen, y el espectáculo fue realmente trascendente, y se convirtió en un fenómeno por derecho propio.
Para los últimos días el espectáculo, teníamos gente haciendo fila por cuatro o cinco horas para poder entrar, pero nadie se quejó realmente.
Yo escuchaba una y otra vez, «Guau, valió la pena.
fue una experiencia muy visceral, muy emotiva.» Ahora, les he descrito dos exhibiciones sumamente envolventes, pero también creo que las colecciones, los objetos individuales, pueden tener el mismo poder.
El «Met» no fue diseñado como un museo de arte Americano, sino como un museo enciclopédico, y hoy, 140 años después, esa visión continua tan vigente como siempre, porque, por supuesto, vivimos en un mundo de crisis, de retos, y nos lo hacen saber las 24 horas del día todos los noticiarios.
Es en nuestras galerías donde podemos revelar las civilizaciones, las culturas, de las cuales vemos su actual manifestación.
Ya sea que se trate de Libia, Egipto, Siria, es en nuestras galerías donde podemos explicar y ofrecer un mayor entendimiento.
Es decir, nuestras nuevas galerías islámicas son uno de estos casos, abiertas 10 años, casi hasta la semana, después del 9/11.
Pienso que para muchos Americanos, el conocimiento acerca del mundo islámico era bastante limitado antes del 9/11, y después fue detonado en una de las horas más tristes para E.U.A., y la percepción se dio a través de la polarización de ese terrible evento.
Ahora, en nuestras galerías, exponemos 14 siglos de desarrollo de las diferentes culturas islámicas a través de una gran extensión geográfica, y, nuevamente, cientos de miles de personas vienen a ver esas galerías desde que abrieron el pasado cctubre.
A menudo me preguntan, «
¿están los medios digitales reemplazando a los museos?
» y creo que esas cifras de visitantes son un rotundo «no».
Quiero decir, no me malinterpreten, soy un fiel defensor del Internet.
Nos proporciona una forma de llegar a todo el público alrededor del mundo, pero nada reemplaza la autenticidad del objeto que se presenta con una erudición apasionada.
El poner a la gente frente a frente a nuestros objetos es una forma de ponerlos frente a frente con gente a través del tiempo, a través del espacio, cuyas vidas quizás hayan sido muy diferentes a las propias, pero quienes, como nosotros tuvieron esperanzas y sueños, frustraciones y logros en sus vidas.
Y pienso que éste es un proceso que nos ayuda a entendernos mejor a nosotros mismos, a tomar mejores decisiones acerca de a dónde nos dirigimos.
La Sala Mayor del «Met» es uno de los portales más importantes del mundo, impresionante, como una catedral medieval.
Desde ahí, puede uno caminar hacia cualquier dirección hacia casi cualquier cultura.
Normalmente salgo hacia el recibidor y a las galerías y observo cómo llegan nuestros visitantes.
Algunos se sienten a gusto.
Se sienten en casa.
Saben lo que están buscando.
Otros están más ansiosos.
Es un sitio muy intimidante.
Sienten que la institución es elitista.
Estoy trabajando para romper con ese sentido de elitismo.
Quiero poner a la gente en un estado mental contemplativo, en donde se sientan preparados para perderse un poco, que exploren, que vean lo desconocido a través de lo conocido, o que le den una oportunidad a lo desconocido.
Para nosotros, se trata de ponerlos frente a frente con maravillosas obras de arte, captar su atención en ese momento incómodo, para que, en vez de sacar su iPhone, o Blackberry, se adentren en un ambiente en donde puedan expandir su curiosidad Y ya sea que la expresión de una escultura griega te recuerde a algún amigo, o un perro defecando en la esquina de un tapiz, o, para regresar a mi tutor Pietro, esos personajes danzantes que indudablemente se están empinando el vino, y ese personaje desnudo en primer plano a la izquierda.
Guau.
Ella es una magnífica manifestación de la sexualidad juvenil.
En ese momento, el erudito podrá afirmar que se trata de un bacanal, pero si estamos haciendo bien nuestro trabajo, y si uno se deshace de la jerga al entrar, y confía en su instinto, uno sabrá que se trata de una orgía.
Gracias.
(Aplausos)
(Aplausos)
https://www.ted.com/talks/thomas_p_campbell_weaving_narratives_in_museum_galleries/