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Vive tu magia – Charla TED Salon: Belonging

Charla «Vive tu magia» de TED Salon: Belonging en español.

La manera en que nos han enseñado a vivir tiene que cambiar, sostiene el autor Casey Gerald. Muchas veces, escondemos partes de quienes somos para encajar, tener éxito y ser aceptados. Pero, ¿cuál es el costo?
En esta conferencia inspiradora, Gerald nos comparte los sacrificios que ha tenido que hacer para alcanzar el éxito en los escalones más altos de la sociedad estadounidense, y nos demuestra por qué es momento de ser valientes y vivir nuestra propia magia en su estado más puro.

  • Autor/a de la charla: Casey Gerald
  • Fecha de grabación: 2018-12-11
  • Fecha de publicación: 2019-01-17
  • Duración de «Vive tu magia»: 1023 segundos

 

Traducción de «Vive tu magia» en español.

[Esta charla contiene lenguaje no apto para menores] Mi madre me llamó este verano para intervenir en algo mío.

Había leído unos fragmentos de mis memorias, que todavía ni se habían publicado, y estaba preocupada.

No por el sexo.

Era el lenguaje lo que la inquietaba.

Por ejemplo: «He sido tantas cosas durante mi viaje: un chico pobre, un negro, un chico de Yale, un chico de Harvard, un marica, un cristiano, hijo del crack, un imputado, , el engendro del diablo, Segunda Venida, Casey».

Eso es solo la página seis.


(Risas)
Así que pueden entender la preocupación de mi madre.

Pero ella solo quería hacer un cambio pequeño.

Me llamó y comenzó: «Oye, eres un hombre.

No eres marica, ni una basura, y déjame decirte: Tú eres importante.

Tú eres inteligente.

Te vistes bien.

Hablas correctamente.

A la gente le agradas.

No vas por la vida chantajeando a la gente.

No eres un vagabundo de la calle.

Eres una persona noble que resultó ser gay.

No te pongas de ese lado cuando estás aquí».

Pensó que me había hecho un favor, y de algún modo, lo hizo.

Su llamado ayudó a esclarecer mi camino en la vida y mi trabajo como escritor, que es dar un simple mensaje: El modo en que nos enseñaron a a vivir debe cambiar.

Yo aprendí de la manera difícil.

No nací en el lado equivocado de la vida, sino que en el lado equivocado de un río entero, el Trinity, en Oak Cliff, Texas.

Crecí ahí, en parte con mi abuela que era empleada doméstica, y con mi hermana, que me adoptó uno años después de que mi madre, quien luchaba contra su enfermedad mental, desapareció.

Y fue esa desaparición, que comenzó cuando yo tenía 13 y duró 5 años, lo que me convirtió en la persona en la que me convertí, la persona que tuve que reconvertir.

Antes de irse, mi madre era mi refugio.

Era la única persona extraña como yo, extraña de una manera hermosa, una mezcla entre Blanche DuBois de «Un tranvía llamado deseo» y una Whitney Houston de los 80.

No estoy diciendo que fuera perfecta, solo que yo me beneficié de sus imperfecciones.

Y después de todo, quizás la magia es eso.

Un error práctico.

Entonces cuando empezó a desaparecer por varios días, volví a mi propia magia.

Se me ocurrió, como una epifanía que podría traer a mi madre con una caminata perfecta desde mi escuela primaria en la cima de una colina empinada todo el camino hasta la casa de mi abuela, poniendo un pie, y solo un pie, en cada cuadrado de la acera.

No podía pisar con ninguno de los pies la línea, no podía saltarme ningún cuadrado en todo el camino hasta el último cuadrado en la última brizna de pasto que separaba el jardín de la entrada.

Y no les miento, funcionó.

Aunque solo una vez.

Pero aunque mi caminata perfecta no pudo traer a mi madre de vuelta, esta teoría me sirvio para otras cosas.

Me di cuenta de que todo mi círculo no amaba nada más que la perfección, obediencia y sumisión.

O al menos si yo me sometía, me dejarían más tranquilo.

Entonces acepté un reto que después vería escrito en un letrero de una cárcel, una cárcel de la Stasi en Berlin, y decía: «El que se adapta puede vivir en tolerancia».

Fue un reto con el que conseguí un sitio donde dormir y comer; un reto que me trajo elogios de maestros, parientes, extraños; un reto que se amortizó bastante tiempo, eso parecía, hasta que un día a los 17, un hombre de Yale vino a mi escuela para reclutarme para el equipo de fútbol de Yale.

Yo estaba sorprendido, como Uds.

ahora.

El hombre de Yale dijo, todos decían, que eso era lo mejor que podía pasarme, lo mejor que podía pasar a toda la comunidad «Súbete a ese este tren, muchacho», me decían.

No estaba tan seguro.

Yale parecía otro mundo.

Un lugar, frío, extraño y hostil.

El primer día de la prueba mandé un mensaje a mi hermana como una excusa para no ir: «Esta gente es tan rara».

Y me respondió: «Es perfecto para ti».

Subí a ese tren.

Hice un gran esfuerzo para encajar.

Y cuando mi consejera de primer año me advirtió no usar mi gorra en el campus.

«Ahora estás en Yale.

No deberías hacer eso», dijo.

Me di cuenta que este era uno de los precios que tenía que pagar para lograrlo.

Los pagué todos, o traté.

Y, en ese momento, valió la pena.

Me volví el líder del equipo de fútbol, me hice parte de una sociedad no tan secreta, un trabajo en Wall Street, y después en Washington.

Las cosas iban tan bien que me di cuenta de que lo siguiente era ser presidente de EE.

UU.

Pero como tenía solo 24 años e incluso los presidentes tienen que empezar por algún lado, me decidí por una candidatura en el Congreso.

Esto fue durante el resplandor de la gran elección del 2008.

La elección en la que un senador serio y moderado dijo: «El mensaje que hay que dar, más que cualquier otra cosa, es que Barack Obama es como nosotros».

Dieron ese mensaje tan bien que su campaña se convirtió en el patrón de oro de la política moderna, o de la vida, que también parece demandar que cada uno de nosotros haga lo necesario para que al final de nuestros días digamos con paz y satisfacción, «fui uno más».

Y ese también sería mi mensaje.

Y una noche, hice una última llamada a mi posible jefe de campaña.

Haríamos lo que sea para ganar, pero primero tenía una pregunta: «¿Hay algo que deba saber?» Hice un pausa y le dije, «Bueno, deberías saber que soy gay».

Silencio.

«Mmm, ya veo», susurró Como si hubiera encontrado una moneda o un pajarito muerto.

«Me alegra que lo aclares», me dijo.

«Definitivamente me complicas el trabajo».

Es decir, estás en Texas.

Pero no es imposible, no es imposible.

Pero Casey, déjame preguntarte algo: «¿Cómo vas a sentirte cuando alguien durante la campaña, te diga marica? Y seamos realistas, ¿eres consciente de que alguien podría querer hacerte algún daño físico? Solo quiero saber, si estás listo para esto.» No lo estaba.

Y no podía entender…

apenas podía respirar, pensar o decir algo.

Pero para ser claro, quién yo era en ese momento habría soportado todo, habría sacrificado todo, hasta la vida, por la causa.

Pero había algo chocante, no porque debería haberlo, pero ahí estaba, en la noción de que podrían hacerle daño tan solo por ser él mismo, algo que ni siquiera había intentado.

Todo lo que el, todo lo que yo, había tratado de hacer y ser, era lo que pensaba que me demandaban.

Era mucho para un chico de 24: inteligente, hablaba correctamente, me vestía de forma decente.

Era un ciudadano noble.

Pero el reto que había aceptado, no iba salvarme después de todo.

Ni puede salvarte a ti.

Seguro que ya has aprendido esta lección, o lo harás, sin importar cuál sea tu sexualidad.

Los queer reciben una dosis mayor, sin duda, pero la represión es un trago amargo para todos.

Nos enseñan a esconder tanto de lo que somos o lo que hemos pasado, el amor, el dolor, y para algunos, la fe.

Y mientras que salir al mundo puede ser difícil, encontrar nuestra pura y extraña magia interna puede ser mucho más difícil.

Como Miles Davisa decía, «lleva tiempo sonar como uno mismo».

Y ese era mi caso.

Tuve mi revelación privada esa noche a los 24, pero siguió a mi lado toda mi vida.

Siguió en la escuela de negocios de Harvard, luego con una exitosa organización sin fines de lucro, y terminó en la portada de una revista, en el escenario de TED.

Al final de los 20, había logrado casi todo lo que un chico debe lograr.

Pero estaba en crisis.

No estaba pasando un ataque nervioso, pero no tan lejos de eso, y extremadamente triste.

Nunca había pensando en escribir, ni siquiera había leído hasta los 23.

Pero la industria de los libros es la única que te pagaría por investigar tus propios problemas.

Entonces decidí probar.

Cerrar esas heridas con palabras.

Ahora, lo que salió en esas páginas fue tan extraño como lo que yo sentía en ese momento, lo que alarmó a mucha gente al principio.

Un escritor de renombre me llamó para realizar su propia intervención después de leer un par de capítulos, y comenzó, como mi mamá: «Escúchame, se te contrató para escribir una autobiografía.

Es como un ejercicio práctico.

Tiene un comienzo, un desarrollo y un final, y se basa en los hechos de tu vida.

Además, el género autobiográfico tiene una tradición en este país, que la llevan personas marginadas que escriben para reivindicar su existencia.

Ve a comprar esos libros y aprende de ellos.

Vas por el camino equivocado».

Pero ya no creía en lo que nos enseñan que el camino correcto es el seguro.

Ya no creía en lo que nos enseñan, que los queer, los negros y los pobres son marginados.

Creía en lo que dice Kendrick Lamar en «Section.80»: «No miro para adentro desde afuera.

No miro para afuera desde adentro.

Estoy en el puto centro mirando a mi alrededor».

Era ese el lugar desde donde yo esperaba trabajar.

Hacia a una dirección que es la única que vale, hacia mí, tratando de refutar todos los retos tediosos que nos han enseñado a aceptar.

Nos enseñan a transformarnos y transformar nuestro trabajo en pequeños pedazos fáciles de digerir, a mutilarnos para encajar, a ser un extraño con nosotros mismos para que otros nos conozcan, para que las escuelas nos acepten y el empleador perfecto nos contrate, y la fiesta perfecta nos invite, y, algún día, el Dios perfecto te invite al cielo perfecto y cierre sus puertas perladas detrás nuestro así podemos inclinarnos ante él por los siglos de los siglos.

Este es el premio, dicen, por nuestra obediencia.

Por ser un querido y sagrado pedazo, por estar muerto.

Y yo contesto, «No, gracias» Al mundo y a mi madre.

Bueno, para serles sinceros, lo que contesté fue: «bueno mamá, te hablo después».

Pero en mi interior dije «No, gracias».

Yo no puedo aceptar su reto.

No debo hacerlo.

Y Uds.

tampoco.

Sería fácil para muchos de los que estamos acá estar seguros aquí adentro, quedarnos aquí, en esta sala.

Hablamos bien, nos vestimos bien, somos inteligentes, la gente nos adora o simula hacerlo.

Pero en lugar de eso, yo digo que recordemos a la esposa de Lot.

Jesús de Nazaret se lo dijo primero a sus discípulos, «Recuerden a la esposa de Lot».

Por si no han leído la Biblia, Lot era un hombre que vivía en Sodoma junto a su familia.

Sodoma era una ciudad desgraciada que Dios había decidido destruir.

Pero Dios, cruel y en parte sabio, mandó a dos ángeles a Sodoma para advertir a Lot que reuniera a su familia y se fueran de allí.

Lot escuchó la advertencia del ángel pero se retrasó.

No tenían tiempo que perder, entonces los ángeles agarraron las manos de Lot las manos de sus dos hijas y las de su esposa.

Y los apuraron para salir de Sodoma.

Y los ángeles gritaron: «Escapen a la montaña.

Hagan lo que hagan, no miren atrás».

Y Dios envió la lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra.

No sé como Gamorra terminó siendo parte de la historia.

Lot y su familia corrían, escapándose de toda la destrucción y el polvo que se levantaba mientras el Señor mandaba la lluvia de fuego.

Y en ese momento, por alguna razón, la esposa de Lot mira hacia atrás.

Y Dios la convierte en una columna de sal.

«Recuerden a la esposa de Lot», dijo Jesus.

Pero tengo una pregunta: ¿Por qué mira hacia atrás? ¿No quería perderse el caos? ¿Deseaba ver por última vez a una ciudad en llamas? ¿Mira hacia atrás porque quería asegurarse de que su gente esté fuera de peligro y liberar su conciencia? A veces soy tan dramático y egoísta que esas son en realidad mis razones de haber estado en su lugar.

Pero, ¿y si algo más le pasaba a esta mujer, la esposa de Lot? ¿Y si no podía soportar la idea de dejar a esas personas solas, quemándose vivas, incluso por el bien de la justicia? ¿Es posible? Si lo fuera, podríamos decir que esta mirada de una mujer desobediente no se trate de un cuento con moraleja.

Podría ser el acto de valentía más grande de toda la Biblia.

Incluso más valiente que el acto en que resume todo el libro, la crucificción.

Nos dicen que en el Calvario, en una cruz vieja y escarpada, Jesús dio su vida para salvar a la humanidad.

Miles de millones de extraños que vendrían al mundo.

Es un lindo gesto.

Lo hizo famoso, eso seguro.

Sin embargo, a la esposa de Lot la asesinaron, la transformaron en una columna de sal, solo porque no pudo decepcionar a sus amigos.

A los desgraciados de Sodoma.

Y nunca nadie escribió el nombre de la mujer.

Si tan solo tuviéramos la valentía de la esposa de Lot.

Es esa la clase de valentía que necesitamos hoy en día.

La valentía para exponernos.

La valentía para decir que maricas somos todos o nadie, para que todos seamos libres.

La valentía para acompañar a otros vagabundos en la calle, con todos los miserables de la tierra, para formar un ejército de los más pequeños con confianza en que desde la corteza desnuda que somos todos, podemos construir un mundo mejor.

Gracias.

https://www.ted.com/talks/casey_gerald_embrace_your_raw_strange_magic/

 

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