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La risa
Se llama risa, a la expresión de movimientos y sonidos congénitos, hasta espasmódicos del rostro (generalmente acompañados por el resto del cuerpo) del ser humano, que son provocados por (o desencadenan) un estado de ánimo alegre, festivo y de buen humor.
En general y por su efecto distensador, altamente placentero, la risa como manifestación dionisíaca típica, favorece la amistad y la articulación social, es decir favorece la aparición de vivencias integradoras intersubjetivas, la importancia de lo cual será comentado mas adelante.
La expresión de tal abreacción motriz es productora de goce emocional, de placer y además es catártica ya que, desde una perspectiva energética, opera como una evidente descarga o liberación de tensiones psicofísicas.
Por otra parte, se sabe que la manifestación de la risa incentiva la producción de endorfinas, un tipo de neuropéptidos (analgésicos, cuya función es regular el equilibrio del tono vital), que aumentan o disminuyen la sinapsis, es decir la conexión del tejido nervioso.
En el mismo sentido psicoquímico, parece que la risita nerviosa del flechazo o enamoramiento es producida por la secreción de feniletilamina (PEA), sustancia pariente de las anfetaminas.
Es conveniente advertir sin embargo que no todo son rosas respecto de la risa porque también existen formas patológicas y negativas de este fenómeno, como la risa convulsiva, la sardónica (un rictus que simula risa) o la risa histérica.
El mecanismo y la acción de la risa se producen al experimentarse los espasmos mencionados como resultado de la experiencia de abrupta ruptura (inesperada o provocada) o abrupto desvío de la tensión creciente que acumula una cadena de secuencias lógicas a través de las imágenes correspondientes.
En otras palabras, todo discurso tiene un desarrollo secuencial que exige determinada resolución; pero si ésta resolución no se cumple, sucede la ruptura de la imagen esperada. La risa esta relacionada entonces con la descarga sico-motriz derivada de la contradicción emocional que causa tal resolución imprevista.
Esto ya fue advertido por la filosofía. Kant dijo, por ejemplo, que lo cómico es todo aquello capaz de excitar una viva explosión de risa, por algo absurdo. Agregó, muy ajustadamente, que la risa es una afección que resulta de una expectativa en tensión
Antes de Kant, el fenómeno de la risa y su contexto ya habían sido tratados por el polifacético Aristóteles quién, a pesar de que reconoció en el hombre al único ser que puede reír, y que por eso es justamente ser humano, objetó lo cómico considerándolo como producto equivocado al no constituir -debido a su carácter imprevisto-, un fenómeno razonable, lógico o previsible. Según el famoso griego, padre de las clasificaciones científicas, lo cómico se trata de algo «feo que no procura dolor ni daño». Por lo tanto, lo despojó de todo valor positivo.
Pero aún antes del mismo Aristóteles, la risa (y su alegría concomitante) tenía muy distinta consideración.
Por ejemplo, había sido valorada positivamente por el médico griego Hipócrates, quién la consideraba importante para el tratamiento de las enfermedades y la curación de las mismas.
De acuerdo al crítico ruso Mijail Bajtin, el presocrático Demócrito definió la risa «como una visión unitaria del mundo», una suerte de «institución espiritual», propia del «hombre iluminado y maduro».
El citado agregó además que según Plinio, Zoroastro estaba lleno de sabiduría divina porque había nacido «con una sonrisa en los labios». Un poeta hindú (citado por Borges en su libro «Siete Noches»), decía que «El Himalaya, es la risa de Shiva», es decir, la belleza majestuosa de las altas y nevadas montañas del techo del mundo son la expresión viva de la alegría, de la risa de un Dios.
Ni hablemos de la relación entre Dionisos y la risa de lo cual se ocupó Nietzsche con detalle.
Ya que estamos refiriéndonos al creador de «Así habló Zarathustra» recordemos que renegaba de algunas eticas y moralinas “estùpidas y antinaturales» y alertaba sobre la necesidad de reirse de ellas. En otros términos a la tragedia de la vida, la confrontaba con la «eterna comedia de la existencia» que produce olas de “innumerables risotadas» (ver «La Gaya Ciencia»).
El tema en cuestión fue indagado más contemporáneamente por el filósofo Henri Bergson el cual como buen integrante del pueblo francés -que casi por definición es amante del vino, la buena comida y la conversación-, además de confirmar que la risa se produce por la resolución imprevista de una secuencia lógica, otorgó al chiste una importante función social y hasta un poder educativo o correctivo.
Dijo que la dialéctica del chiste contrasta con la habitualidad de lo cotidiano, de lo gris, de lo previsible y que esta relacionada directamente con “la frescura de la libertad».
Ahora bien, en lo que hace a las consecuencias psicofísicas concretas que se producen con la ruptura de la mencionada tensión, se puede observar que la risa, al ser instantánea, se desencadena primero a través de una explosión emocional que distensa placenteramente y recién después tiende a surgir una explicación racional sobre aquello que la provoca.
Esto es así porque la respuesta emocional es sintética, inmediata y por lo tanto, mucho mas veloz que el acto intelectual referido a ella que debe transitar por un proceso de elaboraciòn racional.
Demos el ejemplo de un episodio (que recuerdo presentó alguien hace ya tiempo) que produce ruptura secuencial y sorprende:
La anécdota o episodio sucede en un contexto social que es afecto a elaboradas pero rígidas formas de comportamiento. Un distinguido caballero vestido de smoking, llega a una fiesta donde se cumplen todas las reglas conocidas de urbanidad.
En la puerta de la mansión hay una elegante dama que recibe a los invitados con gracia, ofreciéndoles delicadamente su mano. En tales circunstancias el invitado, en vez de corresponder recíprocamente a la gentil anfitriona también con su mano le da, con pomposa ceremonia, un pié.
Como se puede observar, la tensión que se va produciendo con el desarrollo riguroso de la secuencia ceremonial -propia de las formas que obligan a mantener un determinado código social de comportamiento-, se rompe abruptamente cuando el hombre da su pié a la dama.
Tal resolución que además de inesperada y absurda, en este caso es no-traumática (porque el conflicto que se produce no va mas allá de un episodio circunstancial relacionado más bien con lo ridículo), produce la descarga catártica instantánea de las mencionadas tensiones derivadas de lo formal, a través de la burla o risa de aquellos que fueron sorprendidos por lo inesperado del episodio.
Sin embargo tal descarga podría expresarse también como indignación si la ruptura comprometiera gravemente la imagen de sí de quién la sufre, aumentando su tensión emocional.
Digamos finalmente que la risa es producto de un determinado estado de ánimo, por lo cual correspondería hablar de ello.
EL ESTADO DE ANIMO O HUMOR
El estado de ánimo es la manifestación emocional (positiva o negativa) que expresa un sujeto en un momento dado y que al configurar un «estado» posee cierta habitualidad o permanencia en sus facetas aunque, por supuesto, puede variar. Algunos lo han denominado humor.
El humor, como plataforma referencial emotiva que incluye la variación de los estados de ánimo, se origina en la tipología del mencionado Hipócrates -revisada después por Galeno en la cual se clasificaron distintos tipos humanos de acuerdo a la influencia que produce en las conductas y por lo tanto en el temperamento, la secreción de líquidos orgánicos o humores- y se lo puede entender como una disposición estacionaria y regular de distintos sentimientos. Es decir, una manifestación de sensaciones emotivas, cuya acción no sólo esta relacionada íntimamente con el campo de lo anímico, sino que también afecta y extiende su influencia hacia la acción de lo psíquico-corporal en sentido amplio.
Por lo tanto, el humor puede comprometer completamente el comportamiento cotidiano y hasta instintivo. Así, el mal-humor puede provocar somatizaciones es decir enfermedades psicofísicas y opuestamente, el buen-humor y su correlato máximo, es decir el estado de éxtasis positivo y luminoso puede provocar curaciones «milagrosas» a través de la emoción llamada fe. Fisiológicamente, la base cerebral responsable de los estados de ánimo se encontraría ubicada en la zona límbica denominada también región del hipotálamo, donde se regulan las funciones endocrinas y somáticas. Esta zona corporal tiene que ver con procesos fisiológicos que desencadenan consecuencias orgánicas a traves de secrecion de sustancias químicas, que inducirían determinados estados mentales. Con lo cual, vemos que la descripción de Hipócrates no era tan descabellada. Esta zona o region cerebral fue conocida y denominada por algunos conocidos evolucionistas contemporáneos (Carl Sagan o J. Bronowsky) como el «cerebro de los mamíferos» o lugar donde se asientan los sentimientos en general. Ahora, incluso, se habla de «inteligencia emocional».
Con el correr del tiempo el humor fue relacionado u orientado hacia situaciones positivas productoras de alegría, bienestar, o también de ironía, de tal manifestación de buen-humor nació lo que se conoce como humorismo y, por supuesto, nació la especialización del humorista en cuanto profesión independiente para hacer reír. En tal sentido sabemos que el humor, como género literario o de comics, trata de aventar fantasmas ridiculizándolos (bombardeando el núcleo de su severidad o formalidad) trasladando la carga dramática de su contenido hacia el campo de lo insólito, de lo inesperado y hasta de lo grotesco para convertir tales sombras en inofensivas. Isidoro Blaisten, llega a decir en un artículo escrito para el Suplemento Cultura del Diario La Nación: «Borges y el Humor» (28-11-99) que para el escritor de Historia Universal de la Infamia, «el humor, era un sistema de salvación». Es decir, el humor ayuda a refrescar, cambiar y transformar positivamente emociones referidas a contenidos muy pesados y difíciles de digerir, tema que veremos mas adelante.
Obviamente, el estado de ánimo o humor -y hablando en general- se expresa como la plataforma, como la síntesis resolutoria permanente de la plena manifestación del espectro emocional completo del hombre. En este sentido, el estado de ánimo sería lo genérico y las emociones que lo transitan lo específico. Veamos por lo tanto y en detalle, que son las emociones.
LA EMOCIÓN, SUS CARACTERÍSTICAS PRINCIPALES Y SU RELACION CON LA RISA
Brentano, Scheler y Sartre, entre otros filósofos contemporáneos, están de acuerdo en el hecho de que la emoción configura un fenómeno intencional, variable y autónomo de conciencia que sintetiza, comprime y transforma la realidad en cuanto vivencia, expresándose en ráfagas (que pueden permanecer luego mas o menos estables) que se experimentan como amor, odio, alegría, temor, adhesión, indiferencia o rechazo, etc.
Tales fenómenos, típicamente emotivos, modifican la visión que se tiene hacia las personas, las cosas o las ideas, cargan las imágenes del ser humano con determinado teñido y por lo tanto modifican la misma visión del mundo.
Por otra parte, como la conciencia se encuentra siempre asentada en una plataforma humoral determinada -que tal cual se puntualizó es un fenómeno inherente y constitutivo de los humanos (y aparentemente también de los mamíferos)-, la mencionada carga emotiva de las imágenes es permanente y compromete la psique modificando tambien la conducta sobre la realidad.
Pero las emociones o los sentimientos típicos -como actos cualitativamente independientes-, deben distinguirse muy bien de otros actos de conciencia; por ejemplo, de los actos intelectuales o de raciocinio, ya que el intelecto y la emoción tienen una diferente velocidad de respuesta ante la pulsión que produce un hecho determinado.
De todas maneras, tales actos operan concomitantemente y tienden a configurar matices diferenciados que tiñen la estructura de las imágenes las que finalmente se unen para definir una visión de la realidad y orientar la acción del cuerpo en el mundo.
Porque tanto la emocion como el intelecto configuran modos diferenciados de respuesta a los estímulos que recibe la conciencia.
Dicho en otros términos: las imágenes surgen a partir de la intervención de las percepciones, de la memoria y del trabajo del intelecto y la emoción que las clasifican, ubican y dotan de determinada ponderación.
O sea, estos modos-de-respuesta se presentan como factores complementarios que operan dentro de la actividad del Espacio de Representación, ámbito en el cual la imagen adquiere la plenitud de sus atributos.
El acto racional tiene la característica de abstraer, discriminar y diferenciar el objeto y su significado respecto de otros objetos dentro de parámetros lógico-formales que operan en contextos determinados. En cambio, el acto emocional se expresa como una ponderación valorativa de aquello a lo cual se refiere.
Para dar un ejemplo concreto: si el objeto considerado es una puerta, el acto intelectual tenderá a distinguir o explicar lo que es la puerta conceptualmente y diferenciarla de otros objetos. Tenderá a contextualizar y describir su función y posibilidades a partir de las condiciones significativas que se ofrecen en una misma región lógica.
Y todo ello se producirá con la secuencia de un tiempo propio de elaboración que posibilite ese desarrollo (mucho más lento en su proceso de completamiento), que es diferente a la veloz respuesta emotiva.
En tal sentido, Ernesto Sábato, advirtió que «en primer lugar, el hombre es un ser emocional y en segundo lugar, intelectual». Es decir que «el hombre primero siente el mundo y luego cavila sobre el mundo, o sea que el arte precede a la filosofía, la poesía es anterior al pensamiento lógico» («Diálogos Borges-Sábato», Editorial Emecé, 1996, pág. 74).
El acto emocional, por lo contrario, experimentará la percepción de la puerta de golpe, como un valor, como algo bueno o malo; negativo o positivo; como algo deseable o indeseable que se desencadena de pronto, en el instante. Así, la emotividad -e independientemente de lo que sea la puerta en su posibilidad de permitir la comunicación entre ámbitos espaciales distintos-, vivenciará tal objeto sintéticamente, comprometiendo en esa valoración todo el funcionamiento del psiquismo.
Avanzando con el mismo ejemplo, la puerta podría ser la puerta-miedo o la puerta-terror, si se sospechara (o se tuviera la experiencia anterior) que detrás de ella podría aparecer un animal salvaje, un enemigo o una bomba por explotar. Podría ser la puerta-alegría o la puerta-sorpresa, si se sospechara (o se tuviera la experiencia anterior) que detrás de ella podría encontrarse un hermoso regalo o un gran afecto inesperado, pero también, la puerta-indiferencia.
Es decir, la emoción “comprime» al objeto percibido, en este caso la puerta y por extensión inunda toda la conciencia a través de la adhesión, el rechazo, la indiferencia, el gusto, agrado o desagrado respecto de ese objeto convertido en imagen ahora portadora de una “carga» emocional. Finalmente, es conveniente insistir con esto de que la emoción dota a las cosas con determinados climas de sentimiento que, como se advirtió, pueden transformar cualitativamente y a veces globalmente, la ponderación del mundo, orientando la conducta del ser humano de una u otra manera. Y esta propiedad abarcante y modificadora de conductas, si la relacionamos con el fenómeno de la risa dentro de lo social, nos obliga a la mención de una última, breve, pero importante consideración.
Cada imagen es portadora de una carga síquica. Esa carga puede ser positiva o negativa. Si es positiva se experimenta como satisfacción; si es negativa como tensión y por lo tanto relacionada con dolor o sufrimiento. Es decir, la imagen puede contener un clima de afecto, de admiración, de alegría o de indiferencia, de odio, de angustia, etc. Y la imagen, al orientar la acción del cuerpo en el mundo, tiende a proyectar sobre la realidad social las características de tal teñido emocional. La acción del hombre en el mundo esta condicionada entonces por el contenido emotivo que trasladan sus respectivas imágenes y las consecuencias que ello implica. En tal sentido, el hombre santo santifica la realidad; el manipulador, la manipula; el alegre, alegra el entorno con su acción y todo ello implica una modificación de las cosas, según el voltaje y el tono negativo o positivo que porten las acciones por efecto de aquella carga emotiva de las imagenes.
En el caso de la risa, al ser producto de una acción catártica orientada a resolver tensiones, tal carga contradictoria (y por el mecanismo explicado más arriba) tiende a disolverse cuando se expresa en el punto de aplicación adecuado y de la manera conveniente. Por lo tanto genera placer. El inconveniente esta en el hecho de que la simple catarsis no soluciona el problema original que produce o desencadena la tensión. Es decir, pasado el momento coyuntural de distensión, si las cosas que ha determinado el origen del conflicto no se han modificado en su composición contradictoria, se vuelve al estado anterior en una suerte de eterno retorno de lo mismo. Esto se ve con claridad en la acción violenta. Porque no solo la risa, sino también la violencia, como el llanto, son una forma de catársis o descarga circunstancial de tensiones. En el caso de la violencia, al ejercerla, como es compulsiva y fuerza las cosas y las personas, producida la distensión ocasional genera nuevamente sufrimiento y multiplica la tensión de la cual se quiso liberar. Es interesante entonces atender a este mecanismo del humor no sólo como factor distensador, sino tambien para orientarlo a que transforme o modifique los contenidos contradictorios de la imagen que desencadena la tensión en el siquismo y que exige su resolución liberadora.
LA RISA Y SU RELACION CON LO SOCIAL
No podríamos terminar estas líneas entonces sin dejar de mencionar expresamente el meduloso y completo estudio que hace el ya mentado crítico Bajtin sobre la risa y el humor en su libro «La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento». Allí no sólo indaga la historia social de este original fenómeno en cuanto descarga energética colectiva, dentro del contexto desde el cual surge y se proyecta la obra del genial Rabelais, sino también afirma que la risa representa una vivificante concepción del mundo, una de las formas fundamentales a través de las cuales se expresa la propia historia y por lo tanto, el hombre mismo.
De acuerdo a lo estudiado precedentemente, esto no podía ser de otra manera, ya que no existe conciencia que no pondere el mundo emocionalmente y tienda a transformarlo en un sentido o en otro, como también y por extensión, las intersubjetividades construyen su propia configuración emocional del mundo y cuando lo necesitan, operan sus descargas colectivamente.
Por lo tanto, existen rupturas de secuencias y formas institucionales de la opresión que son motorizadas por grupos sociales, produciendo distensiones masivas, a través de la risa grupal. Ejemplo, el carnaval. En este tipo de festividades, el cuerpo social comprometido descarga sus tensiones, aventa los fantasmas grupales, mediante la degradación o ridiculización de las formas de dominio o de poder estereotipadas y solemnes -que son democratizadas por la burla-, o a través de disfraces que liberan tendencias subjetivas reprimidas y cambian circunstancialmente la imagen de sí. Todo ello, obviamente, refresca el oficio de vivir.
Bajtin relata que la risa colectiva -en este caso la carnavalesca-, es ante todo patrimonio de un pueblo y no una reacción individual ante uno otro hecho singular, aislado. Este carácter popular, social, contagia a todos y todos ríen. La risa es general, universal, contiene todas las cosas y la gente; el mundo entero aparece cómico y es percibido y considerado en su aspecto jocoso, en su alegre relativismo que tiene dos facetas por un lado, es «alegre y llena de alborozo, pero al mismo tiempo, posee una característica «burlona y sarcástica». Es decir, afirma y niega, amortaja y resucita a la vez e incluso, «escarnece a los mismos burladores» es decir, el pueblo mismo no se excluye sino que se integra al mundo en evolución. También él muere, renace y se renueva con esa celebración ritual.
Tal perspectiva de la risa, socialmente trascendente, nos pone en presencia de un notable planteo sobre la importancia y la necesidad de revalorizar esta abreacción dionisíaca, aparentemente tan vulgar y común del humor popular, que sin embargo al ser integradora y positiva provoca una de las manifestaciones primordiales (y muy poco considerada por los estudiosos) de la experiencia humana. Por eso consideramos que el planteo de Bajtin es muy interesante y merece ser investigado en profundidad. Nunca se debe desdeñar las fuentes de renovación y distensión psico-social: son como una suerte de «cable a tierra» que tiene los hombres cuando adquieren conciencia de las posibilidades de reacción y goce que se pueden y necesitan expresar ante la tensión creciente de la gran comedia humana.
En el caso de nuestra provincia, hubieron algunos aportes interesantes que se hicieron relacionados con este tema, por ejemplo, en el libro sobre el «Apodo Jujeño» que publicó el periodista Luis Antonio Wayar. Este autor plantea la cuestión social del humor como factor distensador en su prólogo, aunque después no lo explica. Prefiere resolverlo directamente a través de la risa que provoca la lectura concreta de los aforismos que transcribe.