Antes de la llegada de los españoles florecieron en América algunas brillantísimas culturas, entre las que destacan la de los mayas y aztecas.
Una manifestación de dicha cultura se encuentra en la poesía precolombina, es decir, la existente antes de la llegada de los españoles, de extraordinaria belleza, que fue recogida por algunos frailes españoles de labios de los ancianos indígenas.
Existen incunables de poesía precolombina en la biblioteca Laurenziana de Florencia, en la Biblioteca Real de la Academia de Historia, de Madrid, y en la Biblioteca Nacional de México: Cantares mexicanos, Cantos en la Casa del Canto, etc.
De las veinte grandes festividades religiosas que celebraban los antiguos aztecas, cinco de ellas eran dedicadas a Tialoc, dios de las montañas, de la lluvia y de los manantiales, y a su esposa Chalchiuhtlicue , que simboliza el agua en movimiento, los torrentes y los ríos.
Llegadas estas fiestas, los sacerdotes se zambullían en el lago e imitaban los movimientos y el croar de las ranas, con la esperanza de atraer la ansiada lluvia.
He aquí un hermoso canto azteca, compuesto en honor de la diosa Chalchiuhtlicue, extraño nombre, que significa «la que tiene una falda de piedras verdes».
Señora de la falda de jade, compañera de Tialoc,
dios de la lluvia, por tu pintura facial,
por tu collar verde,
por tu casco de papel con penacho de quetzales,
por tu camisa bordadá con ondulaciones
de agua, por tu falda bordada con ondulaciones de agua,
por las campanillas con tintineo de torrente y ruido de agua que llevas en las piernas,
por tus sandalias, por tu escudo con una flor acuática,
por el palo de sonajas en tu mano,
por tu nombre con sentido de agua,
por tu nombre con sonido de agua, agua, agua, agua,
con sonido de agua,
Chalchiuhtlicue , te reconocemos.
Este canto, junto con otros, que constituyen en su totalidad los Cantares de los dioses, fue recogido a mediados del siglo XVI en Tepepulco por el fraile Español Bernardino de Sahagún, de labios de doce ancianos indígenas.
No fueron aquellos doce ancianos, por supuesto, quienes compusieron esos magníficos poemas, en los que vibra un mundo de fantástico y abigarrado colorido.
Los verdaderos autores fueron los poetas aztecas o mayas, que solían reunirse en la llamada Casa del Canto para componer poesía.
«Los poetas -escribe el Premio Nobel de Guatemala Miguel Ángel Asturias- se reunían en la Casa del Canto a componer poesía que se cantaba y poemas para acompañar danzas, entre los artistas de la pintura, los plateros de oro, los lapidarios, talladores de cristal de roca, esmeraldas, piedras de mil colores, llamadas del pájaromosca, los músicos, los escultores que se escondían para tallar las imágenes de sus dioses, los que fabricaban las armas de guerra y de caza, los festivos enanos, los cómicos, todos llamados artistas de palacio, sin faltar el que tejía lana, pluma y seda, el que curtía y trabajaba las pieles de los jaguares, el que mejoraba las rosas en los jardines, el que seguía al pie de los astros el calendario, el del tesoro con sus bolsas de cacao minúsculo, prieto y perfumado, mientras afuera aleteaban las voces de los mercaderes, tratantes, vendedores de mantas, maíz, fríjol, semillas, pepitas, miel, pulque, algodón vegetal, cal, frutas, pescado, carne, leña, ollas, cestos, huevos, gallinas, navajas, hierbas, incienso de tierra, esteras, hule, escobas, engrudo, resinas, y buhoneros que iban y venían entre los panaderos, los tintoreros, los jicareros, hortelanos, sastres, albañiles, carpinteros, pintores, canteros, cantores, herreros, lapidarios y el tumulto de los compradores … »
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