Los seres vivos mal alimentados están flacos y no gozan de buena salud. La planta que crece en una tierra pobre en alimentos no se desarrolla bien. Los abonos constituyen un complemento alimenticio para las plantas.
En algunas regiones, los agricultores practican el sistema de rotación de cultivos y el barbecho: el y el empobrecimiento de la tierra alternando los cultivos o dejando descansar la isla durante un año dos. En otras zonas, el monocultivo intensivo a otra reservas alimenticias de la tierra. Por eso es indispensable proporcionarle abonos naturales o químicos.
El abono es una sustancia orgánica o inorgánica que mezclada con la tierra aumenta su fertilidad.
Existen abonos animales, vegetales y minerales.
Las primeras civilizaciones agrícolas se desarrollaron en Mesopotamia, donde el desbordamiento periódico de los ríos Éufrates y Tigris enriquecía los campos de cultivo. El mismo sistema fue empleado en el antiguo Egipto, cuyos campos resultaban anegados regularmente por las crecidas del Nilo.
Para evitar la reducción de las cosechas en aquellos años en que el aporte de sedimentos fluviales había sido escaso, el faraón Ausís ordenó aportar abono animal al terreno para devolverle la fertilidad. El sistema fue copiado posteriormente por los griegos y los romanos, permitiéndoles el cultivo sostenido de zonas no inundables, siempre que se respetara la rotación de cultivos y los campos de cereales se dejaran en barbecho al menos uno de cada tres años. A partir del siglo XV, el barbecho fue reemplazado por el cultivo de leguminosas capaces de aportar nitrógeno al suelo, que se alternaban con los cereales.
Durante el siglo XVII se agrupó el ganado en establos para así recoger fácilmente el estiércol y disponer de mayor cantidad de abono. Cien años después se inició el empleo de abonos minerales, aunque esta práctica no se generalizó hasta la primera mitad del siglo XX.