Biografía del Rey David
Segundo rey de Israel, a él se debe el fundamento de Israel como nación independiente y la ampliación de sus territorios hasta límites insospechados para los judíos.
Hijo de Isaí, originario de Belén de Judá, fue ungido secretamente por Samuel. La tradición dice que Saúl se consolaba oyéndole tañer el arpa.
Su conducta leal y su personalidad agradable le otorgaron la simpatía de Jonatán, hijo de Saúl.
Casó además con Micol, hija de este último. Sin embargo, el rey comenzó a odiarle, pues sus propios servidores admiraban las hazañas guerreras de David. Jonatán le protegió entonces contra la ira de su padre y David huyó a Ramah, buscando a Samuel.
En Gat, ciudad filistea, se protegió fingiendo un ataque de epilepsia, enfermedad considerada sagrada. Se refugió finalmente en tierras de Judá, cuyas gentes le estimaban y, protegieron, pero pronto hubo de partir para tierra filistea. Allí se puso al servicio del rey Aquis y obtuvo grandes éxitos en sus correrías contra las tribus nómadas. Por aquel entonces, lloraba la muerte de Saúl y Jonatán. Volvió con sus seguidores a tierras de Judá, y sus hermanos de tribu le recibieron con alegría.
Le ungieron rey en Hebrón.
Al quedar vacante el trono de las restantes tribus por muerte de Isbaal, sus ancianos decidieron ungir rey de ellas a David.
Los filisteos, sus antiguos aliados, vieron con malos ojos la grandeza de su reino y le atacaron.
David les venció y estableció la capital de su reino en Jerusalén.
Impregnado de un profundo sentido religioso, sus miras se orientaron a hacer de Israel un gran reino teocrático. Su primer acto en este sentido fue el traslado del Arca a Jerusalén.
Durante el viaje, el rey bailó delante del Arca vestido de sacerdote. Animado por la confianza que le otorgaba el saberse elegido de Dios, desarrolló amplios movimientos militares contra las tribus norteñas, ensanchando sus territorios. David reinó en plenitud sobre su pueblo, demostrando unas extraordinarias cualidades. Pero fue en su vida privada donde flaqueó y donde le acecharon las desgracias.
Colocó a su general Urías en primera línea de combate para que muriera y poder él tomar a su esposa Betsabé. Por otro lado, su hijo Absalón huyó para vengar la afrenta inferida a su hermana, regresando posteriormente para destronar a su padre. Joab, general de David, le atravesó con tres venablos, en contra de la voluntad del rey. David murió viejo y enfermo, ajeno a las intrigas palaciegas que se sucedían a sus espaldas, después de haber reinado con acierto durante 40 años. Fue enterrado en Belén. La personalidad de David es tan sugestiva, que frecuentemente es recordada en la literatura, tanto religiosa como profana. Sabía que el verdadero rey era Yahvéh y que, por tanto, era el suyo un pueblo sacerdotal, vínculo entre Dios y los demás hombres de la Tierra.
A partir de David, la alianza de Dios con su pueblo escogido se hizo a través del rey. Sus victorias anunciaron la que el Mesías reportaría sobre la injusticia. El oráculo de Natán constituyó el primer anillo de la cadena de profecías que anunciaban un Mesías hijo de David: no será David quien levantará una casa (un templo) a Yahvéh, sino que será Yahvéh quien hará una casa (una dinastía) a David. A Cristo, en la plenitud de los tiempos, se le da el título mesiánico de «Hijo de David», pero proclama que es más grande que él: es su Señor. El Evangelio de S. Mateo comienza su relato con la genealogía de Jesús, «hijo de David, hijo de Abraham», mostrando el entronque familiar del Salvador con la casa de David. Murió en el año 970 a. de C. ˙