EL ARTE AMARNITA. Arte Egipcio AMARITA
Akhenatón y su esposa Nefertiti pasaron a ser los monarcas más conocidos de la era faraónica. Su tarea reformista, no sólo en el ámbito artístico sino también en el terreno religioso, ha dejado una huella si más no curiosa, dada en un corto pero intenso período de tiempo. Tras la muerte del rey, las creencias tradicionales fueron restablecidas.
Una nueva etapa, tanto artística como religiosa, se abrió con la llegada al trono de este personaje. Amenofis IV, más conocido con el nombre de Akhenatón, segundo hijo de Amenofis III, de la XVIII dinastía, fue considerado el primer renovador religioso que impuso una doctrina monoteísta.
Es probable que su padre pensara en su hija Satamón como posible sucesora. Así lo demuestra no sólo el mayor protagonismo que ésta cobra ante su hermano, sino también por la posesión del título de «Esposa Real» que recibía toda heredera. Pese a esto, Satamón, después de la muerte de su padre, desapareció de las escrituras y su hermano accedió al trono.
Una vez en el trono. Amenofis IV emprendió una tarea reformista que no iría más allá de la vida del rey. El hecho más importante fue la sustitución del culto a las divinidades egipcias por una única divinidad: Atón. Impuso el culto a una doctrina monoteísta anulando toda la antigua concepción politeísta egipcia, la cual había puesto las bases de esta antigua civilización.
Atón sería el único dios y se le dedicarían todas las construcciones. En consecuencia sustituyó el culto divino de los templos por el de Atón y borró los nombres y representaciones de las divinidades anteriores. La radicalización de Amenofis IV llegó con el V año de su reinado, fue en ese momento cuando abandonó la legendaria capital de Tebas. Amenofis IV y su corte iniciaron la construcción de una sede llamada Akhetatón (horizonte de Atón) a 225 km al norte de Tebas y actualmente conocida por Tell el Amarna.
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El reflejo artístico del ARTE AMARNITA
Ésta fue hecha realidad en sólo dos años y abandonada a la muerte del faraón, momento en que se restablecieron las creencias y las formas tradicionales que este revolucionario personaje consiguió borrar en vida pero no en muerte. La anarquía de este faraón llegó a tal punto que su nombre lo sustituyó por otro, y así Amenofis IV se hizo nombrar Akhenatón (útil a Atón).
Pero sin duda, la gran reforma amarniana se vio reflejada en el terreno artístico, sobre todo en las muestras de pintura y relieve. Todas las antiguas normas y los cánones de representación y construcción fueron modificados.
De la oscuridad y frialdad que poseían las salas de los templos, se pasó a amplios espacios abiertos y luminosos: la rigidez de las formas y las marcadas proporciones dieron paso a escenas tiernas y familiares con un marcado acento «realista».
Todo ello obedeciendo a un único motivo: la búsqueda de la verdad. Representando la vida tal y como era, se conseguía marcar la, parte humana del faraón.
Este se aproximaba más a un ser humano, a un padre de familia y no al concepto de divinidad. La idealización faraónica se verá fuertemente atacada por un naturalismo creciente. Hasta la manera de representar a la divinidad varía: Atón se muestra simplemente como un disco solar con muchos rayos acabados en pequeñas manos humanas.
La búsqueda de lo eterno ya no recibe el interés que antes tenía; podría decirse que muere la idea de Osiris y su reino. Según Akhenatón no se podía buscar la eternidad en las cosas materiales, y por este motivo las construcciones eran rápidas y principalmente de adobe. El objetivo más importante en la construcción de los templos sería la luz. Las partes más privadas ya no quedaban en la oscuridad, la luz solar era parte esencial y en consecuencia los altares y las salas debían ser iluminados por ella. Se observa aquí la principal diferencia entre las anteriores edificaciones y las nuevas, donde la luz iba en progresivo aumento a medida que se entraba en el interior del recinto.
Hacia una nueva visión de los templos
Escasos y mal conservados son los restos de los templos amarnianos. A la muerte de Akhenatón, sus sucesores se esforzaron en recuperarla tradición, viéndose destruidos la mayoría de los templos de Atón. Sus partes fueron reutilizadas para nuevas construcciones, llegando a la actualidad los escasos cimientos que los formaban. Pese a ello, a través de relieves y pinturas, puede realizarse una reconstrucción imaginaria de lo que tiempo atrás formaba el alzado de estas construcciones.
Karnak, sin duda, fue un lugar de intervención. Akhenatón dispuso al este del muro exterior del recinto su propio templo dedicado a Atón y llamado Gem‑Pa‑Atón. Éste estaba formado por patios descubiertos, tomando la idea de los templos solares de la V dinastía. La construcción estaba formada por pequeños bloques de caliza, conocidos como «talatatos». Esta técnica de construcción, basada en bloques de pequeño formato a modo de ladrillos, es típica de esta época amarniana. En Tell el Amarna, Akhenatón dispuso un témenos o terreno dedicado a la divinidad llamado Per-Atón (casa de Atón), situado en el centro de la ciudad. En este lugar se orientó hacia el oeste un templo, construido a cielo abierto, de 210 m de largo y sólo 32 de ancho, formado por una sucesión de seis patios abiertos con un doble pilón de entrada. A 300 m más atrás de este gran templo, en el interior del recinto y también orientado hacia el oeste, se erigió otro templo de dimensiones más reducidas. Éste se caracterizó por la presencia de colosos «osiríacos» del rey en la sala hipóstila, a continuación de ésta se abría un patio con un altar en el centro y rodeado de capillas. A la muerte del monarca, la ciudad se abandonó para siempre y los templos se destruyeron y fueron reutilizados por los reyes de las siguientes dinastías.
EL ARTE NATURALISTA
Tanto en el terreno de la escultura como en el de la pintura y el relieve, es donde mejor se pueden apreciar las características del arte amarniano. Amenofis N fue el artífice creador de una nueva manera de expresión que desaparecería a la muerte del monarca. Entre las piezas halladas de este período se encuentran algunas de las obras de arte más bellas de toda la época faraónica. El rey creó sus propios y nuevos convencionalismos.
Akhenatón: la búsqueda de la verdad
La revolución religiosa de Amenofis IV (Akhenatón), tuvo importantes repercusiones en el terreno artístico. Fue el creador de una nueva tendencia dentro de las artes; él puso las normas y los artesanos le obedecieron. La búsqueda de la verdad debía ser total y las representaciones de otras divinidades que no fueran Atón, su dios, tenían que extinguirse. Las figuras debían ser lo más fieles posibles a la realidad, finalizando las idealizaciones tan típicas de períodos anteriores.
Akhenatón consiguió en pocos años que su propósito fuera una realidad. Acabó con las “clásicas» esculturas para crear sus propios y nuevos convencionalismos, porque aunque su propósito fuera hallar la verdad y sinceridad, ofreciendo un nuevo realismo en las representaciones, en todas las figuras del período pueden apreciarse unas marcadas características comunes.
El egocentrismo monárquico
En este nuevo momento, la estatuaria privada quedó relegada a un segundo plano. Pocas son las muestras encontradas en este reducido ámbito y las que existen quedan eclipsadas podas que representan a los familiares cortesanos. Puede verse cómo la escultura áulica es la protagonista del momento y la que predomina en los talleres de la capital de Tell el Amarna. Pero no es la representación fría, rígida y convencional existente hasta ese momento; a partir de entonces y hasta la muerte del faraón, la familia de Akhenatón se mostrará natural, cálida, de un realismo que extraña y sorprende a aquellos que han visto las obras de las dinastías anteriores y posteriores. El monarca anuló toda representación divina que no fuera la de su dios. La imagen de Atón era un simple círculo solar del cual salían largos rayos a modo de extremidades y manos. La dificultad de representar esta divinidad en tres dimensiones, hizo que el dios de Amenofis IV se viera plasmado sólo en pintura y relieve. De esta manera, en lo que al ámbito de la escultura se refiere, las imágenes tradicionales quedaban cerradas a Akhenatón y su bella esposa Nefertiti.
Los convencionalismos amárnicos
Pese al intento de plasmar la realidad, las figuras de este período presentan unas marcadas características comunes, los rostros son extremadamente largos, tienen carnosos labios y ojos almendrados colocados en diagonal. Las cabezas suelen presentarse de forma exageradamente ovalada; a título de ejemplo, baste mencionar el busto de Nefertiti del Museo Egipcio, Berlín. Los cuerpos tienen una gran plasticidad y riqueza. Sorprenden las marcadas curvas que en ellos se manifiestan. El vientre y las caderas son redondas y suelen mostrarse de igual manera en todas las representaciones. Incluso el faraón se esculpe con estas formas tan femeninas. Este hecho responde más a un motivo ideológico que estético. Akhenatón había de ser la imagen del dios Atón en la Tierra. El dios, como creador que era de todo lo terrestre, simbolizaba tanto el sexo masculino como el femenino, por este motivo las representaciones del monarca plasmaban los dos sexos. El faraón en numerosas ocasiones se muestra representado como un niño. Algunos teóricos opinan que las imágenes infantiles tienen un papel importante dentro de la doctrina religiosa del faraón, Es quizás, por este motivo que las cabezas se esculpían de forma apepinada, rasgo que poseían los recién nacidos. Esta característica, unida a la de la ejecución de unos cuerpos «hermafroditas», dan como resultado unas figuras no realistas y completamente idealizadas.
Los hallazgos escultóricos
Tanto los templos como las muestras de escultura, relieve y pintura, fueron enormemente dañadas en las dinastías que siguieron a Akhenatón. Su arte fue considerado un sacrilegio, y por consiguiente tenía que ser destruido. Pese a ello, en la actualidad se han podido encontrar restos de pinturas y relieves así como fragmentos de estatuas.
De entre las más importantes representaciones del faraón, están los colosos del monarca hallados al este del templo de Karnak. Se trata de estatuas osiríacas destinadas a los pilares del citado templo. La ambigüedad sexual de este ser se ve reflejada a la perfección en estas creaciones. Forman parte del primer período del arte amárnico, momento en el que las convenciones tienden a una exageración extrema. Dos cabezas moldeadas en yeso fueron amontonadas en el taller de Tutmés, escultor y jefe de artesanos, pero de este taller se sacó el más perfecto y bello busto jamás realizado. Se trata del busto de la reina Nefertiti, actualmente en el Museo Egipcio, Berlín, símbolo de belleza y perfección. A Nefertiti también se le atribuye un torso, actualmente en el Museo del Louvre, descubierto en Tell el Amarna, lleva un vestido plisado, prácticamente invisible, que deja ver las caderas y pechos típicos de la primera etapa amarniana.
El culto a la familia y a Atón
La reforma religiosa impuesta por Amenofis IV (Akhenatón) también llegó al ámbito de las representaciones planas. Tal fue su importancia, que los relieves junto a la imagen escultórica son considerados como los soportes básicos en los que Akhenatón, vio reflejada su voluntad renovadora. No se conservan gran número de restos pictóricos, pero, son muchas las obras de relieves que se salvaguardaron de las destrucciones posteriores gracias a su colocación en el interior de los templos. Teniendo en cuenta las normas revolucionarias que dictó el faraón y el porqué de su creación, se describirán una serie de directrices que fueron comunes en todos los relieves.
Akhenatón fue un rey egocéntrico, y esto explica que se autonombrara personaje central de todas la representaciones. Así en las decoraciones de templos y tumbas tanto reales como privadas, la escena principal se reservaba a la imagen del faraón, de su esposa Nefertiti y de sus seis hijas.
También poseía un lugar destacado en ellas el continuo homenaje al dios Atón, que era representado, como se ha descrito, como un disco solar del cual salían rayos acabados en pequeñas manos que ofrecían protección al rey. Esta adoración al dios solar constituyó un problema en la estatuaria, ya que los artistas amárnicos nunca supieron representar de forma tridimensional esta divinidad. Quizá por esta «deuda» decidieron que fuera un motivo casi indispensable en todas las obras bidimensionales.
El segundo problema se encuentra al intentar mostrar un fondo naturalista. Desde el principio, los egipcios no supieron resolver con maestría la confección de los paisajes y continuamente lo evitaron con fondos homogéneos o con un número reducido de símbolos estereotipados. Pero al llegar el período amárnico, la veneración hacia el dios Amén como creador de todo lo que anda, vuela y nada, de los árboles y los ríos hizo necesaria la existencia de todas estas obras divinas en las representaciones. Y, así, estos fondos naturalistas se convirtieron en una constante en los relieves.
Los relieves: soportes de una nueva doctrina
Para comprender mejor toda esta revolución política, religiosa y artística, se descubren algunas de las obras más importantes.
En primer lugar, está la pintura de Akhenatón, Nefertiti y las seis princesas, en la que se observa cómo el esquema convencional se mantiene pero hay sustanciosas variaciones en el canon: cabezas ovaladas, labios carnosos, vientre y barbilla abultadas. Puede destacarse, también, la utilización del color de una manera nueva: rojos brillantes, tejas, anaranjados. Tonalidades que se extienden no en forma de manchas, sino en forma de veladura en algunas partes, y con un carácter más marcado en otras para expresar un cierto volumen. Como ya se ha descrito, la naturaleza pasó a ser un tema imprescindible en las decoraciones, y ejemplo de ello son los muros del palacio de Nefertiti, en Tell el Amarna. No sólo se representan diferentes plantas y aves revoloteando, también entra en escena el dios Atón, que concentra en su figura todos los valores divinos y de poder, otorgando al faraón un carácter más humano e intimista. Este valor se ve reforzado por la representación de la familia real, no en posiciones hieráticas y calculadas, como dictaba la tradición, sino en un ambiente más distendido y cotidiano en el que se pueden apreciar ciertas muestras afectivas.
Muy habituales durante esta época fueron los «talatat», bloques de piedra de unas medidas establecidas ( 54 x 24 cm y 20 cm de espesor) que servían para las representaciones retratísticas del faraón y de la reina. Tan fuertes eran los convencionalismos adoptados, que en estos retratos muchas veces es difícil diferenciar al rey de la reina, para hacerlo hay que fijarse en si existe alguna inscripción aclaratoria; si no la hubiere, un buen sistema es identificar el personaje femenino con la figura que lleve un uraeus doble sobre la frente, y la masculina con la que tiene la línea del cuerpo convexa.
Las pinturas y relieves no solamente decoraron las paredes de tumbas y palacios, sino que también se extendieron por las fachadas de los templos. Tras el éxito conseguido con los relieves de Akhenatón, los faraones posteriores decidieron utilizarlos como un buen soporte para su propaganda política, como Tutmosis III, en Karnak y Ramsés II, en Luxor.
EL RETORNO A LA NORMALIDAD
Amenofis IV (Akhenatón) murió en el año 1347 a.C., pero no pereció solo, con él desaparecieron también los talleres que había fundado y con ellos sus producciones. La capital, Tell el Amarna, pasó en poco tiempo a ser una ciudad fantasma. Aun así, aunque las tradiciones artísticas fueron retomadas, el nuevo arte no pudo ser borrado por completo y su huella marcó algunas de las producciones de las épocas posteriores. Ciertas características propias del arte amárnico vuelven a encontrarse.
¿Qué salió mal?
Todo marchaba a la perfección. Las artes plásticas transmitían un mensaje de paz y de calidez. La familia real era un ejemplo a seguir por todos. Tanto el rey como la reina se mostraban afectuosos entre ellos y con sus hijas. La vida era apacible y alegre. El hombre egipcio se interesaba por la vida, sí, pero tanta o más importancia le daba a la muerte y esto, la doctrina amárnica, no lo tuvo presente. Al negar el politeísmo, Akhenatón enterró y olvidó a Osiris y a su reino de ultratumba. Los enterramientos seguían efectuándose como antes, los difuntos eran acompañados por su correspondiente ajuar funerario, pero ello carecía de valor alguno en la religión de Akhenatón. Ésta no ofrecía consuelo alguno ni confianza en una vida después de la muerte y este factor era esencial para la supervivencia del arte.
A la muerte de Akhenatón le sucedió el joven Semenkhare, el cual murió siendo sólo un niño. Durante el corto reinado de éste, el culto a Amón empezó a ser aceptado, Atón perdía importancia. A la muerte de Semenkhare, Tutankhamón accede al trono y abandona definitivamente Amarna, situando su residencia real en Menfis.
Es durante este reinado cuando se completa el restablecimiento del culto a Amón.
Una gran empresa reformista empezó con los reinados de los sucesores de Akhenatón. Muchos de los edificios fueron destruidos, otros permanecieron de pie pero se borraron de ellos todas las imágenes «blasfemas» que pudieran ensuciar las retomadas creencias egipcias. Las tipologías de los templos volvieron a tomarse de los pasados modelos. Un ejemplo de ello es el templo de Amenhotep, del cual sólo restan los cimientos, pero se sabe que constaba de un pilón (portada), un patio y un santuario.
La herencia de un olvido
El legado de Amarna, por mucho que se intentó, quedó introducido inconscientemente en muchas de las producciones posteriores. Los objetos hallados en la tumba de Tutankhamón son un claro ejemplo de la herencia de la pasada época. En muchas de las representaciones del faraón se le ve con el cuello proyectado hacia delante, abatido por el peso de la corona, con la fisonomía muy marcada y con prominentes caderas, al igual que las imágenes de Akhenatón. La manera de representarlos ojos había cambiado durante el paréntesis naturalista, y en algunos casos seguiría posteriormente. Los ojos eran subrayados con líneas de maquillaje pintadas, no esculpidas, y las cejas eran mínimamente esculpidas.
También en el terreno de la pintura y el relieve pueden encontrarse algunas conexiones con la escuela amárnica. En la mayoría de las escenas militares se aprecia la clara influencia del arte amárnico, como el bajorrelieve procedente de la tumba de Horemheb de Saqqara, donde aparece glorificado por su victoria.
La recuperación de la plástica tradicional fue el hecho más característico de finales de la XVIII dinastía. El estilo amárnico dejó huella, sí, pero en ningún momento puede pensarse que el esplendor de esa época continuó en la siguiente. Tan sólo en ligeras formas pueden encontrarse conexiones entre ambos períodos. Pero si bien la plástica formal no llegó a tener la continuidad que se deseó en su momento, las libertades que presenta la escultura y los relieves de esta época tienen sin duda sus raíces en la tradición amárnica. La libertad artística que presentan estas obras, así como la visualización de los sentimientos con la ayuda de gestos y detalles, forman parte de la herencia de la época posterior. Pero no todas las manifestaciones artísticas tienen características amárnicas. En la decoración de la tumba real de Horemheb, en el Valle de los Reyes, no se aprecia ninguna conexión con el arte del período anterior. Su temática, aunque inacabada, presenta un ciclo que se adoptará desde este momento y hasta finales de la XX dinastía. La presentación del rey ante los dioses se hará igual que antes; también se observan representaciones del «Libro de las Puertas», con el dios solar viajando al otro mundo.
Vuelven las representaciones de escenas funerarias y de rituales como la ceremonia de Apertura de la Boca y escenas del «Libro de los Muertos». Las representaciones de extranjeros parecen realizadas por artistas formados en la corte de Amarna. La variedad de personajes se ve claramente en este tipo de escenas. Todos los rostros son diferentes. Hay una voluntad de individualización que sólo podía darse en artistas que conocieron el arte amárnico. El faldellín, algunas cabezas calvas, el vientre abultado y desnudo son características típicas del reinado de Akhenatón.
Es sorprendente el valor de este Faraon al enfrentarse al pueblo,a la jerarquia sacerdotal,la cual sacaria una enorme»tajada»en la admistracion de los templos,graneros y demas influencias administrativas.El Pueblo por naturaleza idolatra(hasta nuestros dias)maldecerian su Armanica estampa con deleite.Imaginense,no mas depliegues devotos rocieros,Loudes,Delfos etc..etc.No mas idolos aquien bendecir por nuestras virtudes,o culpar por nestras desgracias…Me recuerda a un Hombre que dijo»todos los honbres son iguales»Una Locura,aun asi esa semilla sigue viva.
Una gran sabiduría parte de Akhenaton al confinar tanto tributo a tantos dioses a los que los sacerdotes publicitaban para llenarsen los bolsillos
Un único Dios Amon hace la diferencia magistral para unificar el universo con el Uno